lunes, 16 de noviembre de 2009

Un Caldo de entrada

Por: Rafael Álvarez de los Santos

No quiero entrar en una especie de tratado sobre cómo surge el caldo de entrada, porque no es el interés de este escrito, sin embargo pienso que en alguna otra ocasión podríamos hablar de eso.

A lo que sí quiero referirme es a un hecho sucedido hace mucho tiempo (1990) y cuyo protagonista una vez más fui yo.

Había venido a la Capital creo que por segunda vez en mi vida. El sacerdote de mi pueblo me había invitado a venir con él al aeropuerto a buscar unas personas que llegaban de Puerto Rico, recuerdo como ahora mismo.

Al salir del aeropuerto fuimos a comer a casa de una familia muy adinerada que nos había invitado a su casa desde hacía mucho tiempo y aprovechamos la ocasión para presentarles los nuevos amigos que venían por primera vez al país y de paso pegar el sello en esa casa.

A la hora del almuerzo estábamos ante una mesa muy bien decorada, con una persona que nos servía y todo eso. Imagínense lo extrañado que yo estaba, pues eso sólo lo había visto en las telenovelas y les juro que no creía que era cierto hasta ese día.

La cuestión es que las personas habían puesto un caldo de entrada. Yo, que tenía un hambre terrible, me pregunté para mis adentros en una actitud muy machista, aunque podría decir campesina para ese tiempo: ¿Y esto es lo que vamos a comer? ¿Esta vaina es comida pa’un hombre?

Y como no veía indicios de más nada le entré al caldito ese como a la conga. En medio de mi desesperada hambre y de mi desilusión ante lo brindado, me bajé como tres tazas de aquella sopa (perdón caldo de entrada).

Una vez habíamos terminado mis ojos se hicieron presa de un decepcionante asombro cuando veo que traen de los predios de la cocina tremendo manjar: pollo horneado, arroz con puerro (primera vez que yo veía eso), ensaladas y en fín, trajeron de todo.

Para mi desgracia ya tenía el estómago que no le cabía ni la menor duda por lo que tuve que resignarme a decir que tenía algunas preocupaciones y por eso casi no tenía apetito. Claro, era evidente que tenía que estar preocupado ante semejante desgracia.

Al salir de esa casa el sacerdote estaba incómodo conmigo y me dijo: ¿Es que cuando tú sales de tu casa se te cierra el estómago? Y le contesté que el problema estaba en que ya me había llenado con la sopa esa (perdón caldo de entrada).

Fue en ese momento cuando me sacó de mi ignorancia al decirme: “eso no es ninguna sopa, era un caldo de entrada para ir haciendo estómago”. Ahí fue que la cosa se me complicó de verdad, pues jamás podía imaginarme que dizque antes de comer se hacía estómago. En mi caso el estómago ya estaba hecho y lo único que tenía era hambre y mucha.

A partir de ese momento tengo muy pendiente cuando me ponen caldo de entrada, para decir “No me apetece, muchas gracias”. He tenido que tomar esas precauciones para no ser presa de la ignorancia una vez más.


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¿Caldo de entrada otra vez? No señor.

Pasaron muchos años, seis años para ser exacto, y la vida me brindó la oportunidad de estar una vez más en otro almuerzo similar, pero esta vez en un hotel.

Nos habían invitado a cantar en un hotel de Higüey y era un concierto-almuerzo. En dicho almuerzo se encontraba la crema y nata de esta provincia junto a la clase política de este país, así que se podrán imaginar la magnitud del evento.

Al momento del almuerzo lo primero en tener en cuenta era la jodida sopa (perdón caldo de entrada) para que no me atraparan fuera de base de nuevo. Estaba tan pendiente de eso que apenas se me acercó la joven que servía le pregunté ¿tienen caldo de entrada? Asintió con la cabeza, aunque con el seño fruncido, dando la apariencia de estar sorprendida.

La joven no contuvo su curiosidad y me pregunta: ¿Por qué lo pregunta señor? Mi respuesta fue contundente: para que me haga el favor de no servírmelo, porque hoy sí quiero comer.

La joven tampoco entendió mi reacción ni yo me empeñé en aclararle, pero de lo que sí pueden estar seguros y seguras es de que ese día comí por el día que no pude y por ese día, o sea comí doble pero sin sopa, perdón sin caldo de entrada.

2 comentarios:

Franklin P dijo...

jajajajj,

Querido Rafael, lo mismo me pasa a mí, pero cuando vamos a algún restaurante (que no es muy a menudo). El punto es que uno llega con lo que hace falta, es decir, hambre. Entonces te vienen con el famoso aperitivo. Normalmente un poco de pan con mantequilla o aceite de oliva. Y claro, Jana y yo nos vamos a la garata con puños por el pancito. Como tú bien dices, le entramos como a la conga.

Para cuando acabamos con el pan, ya yo estoy listo. Y siempre hago el comentario de: vámonos y no gastemos esos cuartos del plato principal.

Y hablando de restaurantes, Juaco cuéntamos de nuevo la historia de cuando llevaste a tu amigo B. por primera vez a un restaurante de verdad.

Rafael Alvarez dijo...

Franklin lo mejor de lo que dices es que pueden marcharse una vez se hayan comido el pan ese, pero en mi caso fue solo el jodido cardito y ya. Es vaina deberían eliminarla, no hay que hacer ningún estómago porque este de seguro que bien hecho está.