Por: Rafael Alvarez de los Santos
El chisme como práctica ha sido satanizado por quienes osan decir que no
apelan a dicho recurso para saber la vida de otras personas. Hasta
nuestros días el arte de darle al pico y la lengua es considerado pecado y
atribuido solamente a las mujeres.
Observando un programa de facturación local, en uno de sus segmentos
llevaron un grupo de mujeres que, a decir de ellas mismas, se autodefinían como
chismosas y afirmaban que no podían vivir sin chismear porque eso se lleva en
la sangre.
De entrada, el perfil de las mujeres entrevistadas era de personas
empobrecidas, cuestión que confirmé cuando dijeron las comunidades de
procedencia: Capotillo, Gualey, Villa Altagracia y Los Minas. Con esto se
reafirma el imaginario de que el chisme sólo es posible en personas, y por
demás mujeres, de barrios cuyo único oficio, aparentemente, es “llevar la vida
de los demás”.
Al entrevistar la primera panelista se le preguntó ¿qué es una persona
chismosa, a lo que ella respondió?
“Una persona que no le gusta lo mal
hecho y por eso lo saca al aire”.
No pensaba que semejante respuesta sería tan clarificadora para mí y a raíz
de la respuesta de esta mujer es que logro entender por qué las mujeres suelen
ser menos corruptas que los hombres al momento de administrar fondos que
envuelven responsabilidades públicas. El 98% de los escándalos de corrupción
son protagonizados por hombres.
Como no les gusta lo mal hecho y prefieren sacarlo al aire acuden con
frecuencia a fiscalías a denunciar el maltrato de algunos hombres que
arremetieron contra ellas o contra sus hijos con intenciones viles.
Que no crean los hombres que las mujeres quieren hacernos algún mal cuando
son capaces de denunciar que no estamos siendo responsables con mantener el
hijo que hemos procreado con ellas, lo que pasa es que, movidas por ese ímpetu
humano de no gustarle lo mal hecho y de sacarlo al aire, prefieren decirlo
aunque muchas veces no les hagan el caso que amerita la situación.
Ese morbo intrínseco de sacar todo al aire es lo que hace de la mujer un ser
humano más libre, capaz de llorar sus penas y disfrutar las alegrías y hasta
los chistes sin gracia de alguna amiga que la ha llamado para sacar sus asuntos
al aire.
Es más, me atrevo a pensar que la razón por la que decidieron ir al programa
es, precisamente, porque no le gusta lo mal hecho, porque de seguro no estaban
de acuerdo con que se siga acrecentando el imaginario barrial negativo y su
sola presencia es una denuncia de programas que aprovechan las condiciones de
empobrecimiento de la gente para ofrecerles unos míseros doscientos o
trescientos pesos para que asistan a un programa a sacar sus cosas al aire, con
una imagen que denuncia sus condiciones, que contrasta con el progreso que
tanto se exhibe, que pone en entredicho el crecimiento económico. Su voz es una
denuncia de la inequidad, pues sólo había que contrastar su imagen con la
imagen de quien les entrevistaba ¿Me di a entender?