domingo, 18 de noviembre de 2012

Don supremo



Por: Nicolás Guevara

Canto tierno de esperanza
tócame el sueño en las mañanas
sin pensar en lo imposible de la hora
tócame la distancia, el tiempo, la angustia
con el gesto tuyo de mujer
toca con tu piel madura
esta piel que espera.

Voz cortada en la tibieza
tócame el alma…
con sonrisas, miradas, manos
y la respiración quebrada en el momento.
Echa tu gracia a volar como paloma
y déjala posar sobre mi pecho
tocándome el silencio maltratado.

Tócame
con el don supremo de la vida:
el amor.


(Tomado del libro: Después de un cuarto de siglo. 1989)

lunes, 12 de noviembre de 2012

Las nostalgias del fogón

Por: Rafael Alvarez de los Santos

Cuando escuchamos la palabra sabio por lo general nos viene a la cabeza un señor muy viejo con barbas grandes y descuidadas sentado sobre sus piernas entre cruzadas y que habla en aforismos.

Pero ese tipo de sabios jamás se han sentado al lado de un fogón de leña a contar historias o chistes mientras se hierve el café que compartiremos en una fría mañana de diciembre o en una noche sin luz después de una larga faena de trabajo en el conuco.

Para mí, los verdaderos sabios eran nuestros viejos y viejas en el campo cuyas historias y compañía disfrutábamos todas las noches como un ritual.

Nos sentábamos a la orilla del fogón en unas noches que sabían a café recién colado o se alegraba el paladar con el jengibre ardiente, como nos gustaba. Noches alumbradas por luciérnagas y estrellas y ambientadas por el canto de los grillos o alguna bachata de Radio Guarachita en el radio de pila de la casa o de algún vecino.

En estas noches se entretenía el olfato con el olor de las chulas, planta de follaje amarrillo y amplio,  que impregnaba todo el lugar de una fragancia tenue y sutil.

Cada noche acogía los cuerpos cansados y escrutábamos el recuerdo, exprimiendo la memoria de unos padres que tenían mucho qué decir y unos niños con deseos de escuchar sin sospechar que dichas veladas salvarían las historias de no morir en la memoria de unos viejos en el ocaso de sus vidas y que han sido bien retenida por nosotros.

Una enramada techada de yagua, con el piso de tierra y un fogón de leña era el escenario; el pilón de majar el arroz, acostado, nos servía de asiento mientras escuchábamos atentos las historias del abuelo o el vecino.

Sentados en círculo, pasándose el cachimbo los adultos y el jarro del té o el café los demás, escuchábamos el cuento de camino, las mil historias que entretenían el alma taciturna de unos cuerpos cansados del trabajo.

Íbamos tejiendo la noche de recuerdos, historias y risas sobre lienzos de afectos, apego, añoranzas de adultos y esperanzas de niños. Esperanzas asidas a manos encallecidas y ásperas sin importar la edad; esperanzas que, entre bocanadas de humos del tabaco y sorbos de café o té, nos permitían soñar.

En el fuego del fogón se fue consumiendo la tristeza de la realidad vivida sin más riqueza que el ejemplo y la pasión por el trabajo. Se fue acrisolando la reciedumbre de una personalidad con valores, con la honestidad como antorcha que iluminará toda una vida.

Se formó la pasión por la palabra y la veneración de la escucha. El fogón era el escenario escogido por unos padres a quienes no les importaba el tiempo para dedicarlo a unos hijos que crecían y a quienes debían inculcar el testimonio y ejemplo de vida que hoy exhibimos ante una sociedad que languidece.

En las cenizas del fuego se acunó nuestra nostalgia, y aún queda de ella los valores y enseñanzas. Hoy, ante una tecnología que acentúa la distancia y entorpece los encuentros sin dejarnos advertir su importancia, ofrezco una oda a las nostalgias del fogón.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Celos



Por: Albania Camacho

Sentirte lejos es la niebla de mis momentos más serenos. Al mirar el néctar de tu hermosa sonrisa, siento la furia infernal de no poderte acariciar. 

Siento celos de ella, de sus besos y de sus versos. Porque no soy yo quien despierta las más profundas emociones en tu cuerpo, no es mi piel la que bebes en las madrugadas; mientras con estrofas ella acaricia tu cuello calentándote antes que el sol entre por tu ventana.

La brisa acaricia las sonrisas de tus más ardientes pensamientos, cuando sus mejores versos te excitan a las más sublimes entregas, mientras el viento se desliza por tu cuerpo. 

Siento celos cuando le entregas tus sonrisas a esos labios que no son los míos, cuando le entregas el amor que junto a mí no puedes vivir. Y es entonces cuando mi alma te sigue, te llama, te busca.