domingo, 27 de enero de 2013

Las nostalgias del fogón (II)

Por: Rafael Alvarez de los Santos

Se ha dicho que las segundas partes no son buenas, pero después de consultar mis dudas con el alma he decidido abrir de nuevo mi catálogo de nostalgias y ofrecerlas como el complemento del escrito anterior.

Desempolvar estos recuerdos me hace sentir tan cerca de ellos cuál si los tocara con mis dedos y volteara este cofre lleno de historias, de boches, de pleitos, llantos, sonrisas y sobretodo muchos consejos.

Y es que en estas nostalgias del fogón se revela la vida y sus creencias aposentadas en la epidermis de mentes envejecientes, pero lúcidas. Nuestros viejos son el tronco donde hemos decidido amarrar nuestro ejemplo a seguir y a ese tronco nos asimos y reverdecemos como las ramas que ellos quisieron y quieren que seamos.

A la sombra del fogón aprendí inmensidades de historias y creencias que hoy no me provocan más que risas. “Si te vas por un camino y regresas por otro dejas la virgen llorando” “Una mujer embarazada no podía cruzar alambres porque le enredaba el niño, no podía comer guineo maduro porque le manchaba la placenta, ni comer piña porque podía darle frenesí”.

“Si una persona que no es de tu agrado te visita basta con que coloques una escoba hacia arriba con tres granos de sal detrás de la puerta y ésta se marchará” “Al comernos una naranja debíamos lanzar el gajito de la virgen, que era el más pequeño, en el techo de la casa” “Existen árboles que no pueden cortarse en luna nueva, que la tierra se cansa y que son las 12 del mediodía cuando pisas tu propia sombra”.

En el crisol del fogón se nos insistía que la verdad ha de ser dicha en todo momento porque de alguna manera se encargará de aflorar aunque la escondamos.

Esto lo recuerdo con principal agrado por una historia que nos contara un vecino al momento de pedirnos decir siempre la verdad. Nos narraba que en  cierta ocasión Trujillo visitó una hechicera para que le leyera el futuro y le dijera qué tiempo sobreviviría en la tierra. La doña accedió a su pedido y le dijo que él viviría noventa y nueve años.

En un primer momento “El Jefe” quedó complacido con la revelación que evidentemente quería escuchar, sin embargo el número le resultaba extraño, y se preguntaba –“¿por qué habría de vivir noventa y nueve años y no cien?”- Regresó donde la hechicera, le formuló la pregunta y ella le contestó: -“Usted vivirá noventa y nueve años porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”-.

Aún recuerdo la expresión de su cara, una mezcla de rabia y satisfacción corroborada con una sentencia indeleble -“a la doña la fuñeron, pero le cantó la veidad al jefe, poi la veidad murió cristo”-

Decir la verdad le costó la vida, pero al menos no murió por callar, murió por decir en un contexto en que la palabra tenía miedo y los portadores de la misma compartían el mismo sentimiento. Hoy, en que han secuestrado la verdad mercaderes del silencio, haciendo de su mentira un eco que al final el pueblo termina creyendo, hay que recobrar este valor.

Y es que, como los besos de quien amas, la verdad cura, alienta y anima.

miércoles, 16 de enero de 2013

La muerte



Por Eddy Ulerio

Como una extensión de la vida
sin prisa y sin titubeos
la encuentro parada en la vía
sugiriéndome lo que no veo.

Cada día presiento su cercanía
en medio de la rutina la integro
aunque por  la noche me desvelo
por hacerla cada vez más mía.

Me sugiere que viva en paz
cada momento de mi existencia,
porque de cualquier modo pasará
lo que retengo en mi vanidad.

Mi vida está llena de sentido
y me preocupo por vivir mi muerte
cuando añoro cada instante ido
en la torpeza de mi andar silente.

Me sumerjo en  esta dualidad
sabiendo que no hay elección
viviendo mi vida con intensidad
en el corto tiempo que se nos da.