Por: Rafael Álvarez de los Santos
En nuestro país, manejamos una serie de conceptos que, si no
son originalmente nuestros, hemos sabido aplicarlos muy bien, pero en lo que
llevo viajando a diferentes países de habla hispana jamás los he escuchado.
Uno de esos conceptos, hoy menos utilizado en el habla más
moderna del dominicano, es el de precundía. Ahora bien, el hecho de que el
vocablo haya entrado en fase de extinción no significa que la realidad que
define haya cambiado.
La precundía es ese sentimiento de impotencia que nos asalta
cuando el amor se nos ha ido de la piel y apenas queda aposentado el malestar
en el lado izquierdo del pecho y por demás lo único que late en el cuerpo. De
la precundía conocemos los efectos: la tristeza nos invade, disminuye el
apetito, pierde sentido la vida y casi todo.
El gran problema de la precundía estriba en el sentimiento
de culpa que puede generarnos el haber perdido un amor asumiendo que no hicimos
lo correcto. Una vez se nos ha ido y valoramos lo que teníamos nos resistimos a
la idea de dejarla ir, de saber que en algún momento pueda rehacer su vida y
encontrar en brazos de otro lo que una vez tuvo en los míos y que descuidé.
Es aquí donde empieza el esfuerzo estéril por recuperar lo
perdido, porque no supimos leer el lenguaje de un corazón desmotivado, perdimos
el horizonte y hoy la brújula no nos sabe señalar el camino, entonces la
precundía se encarga de poner la nota triste, de sacar a flote los sentimientos
verdaderos los que debieron ser y que no fueron o dejaron de ser. Por lo
general, cuando aparece la precundía, es porque el amor se ha ido y esto es lo
triste: llevar ese dolor en el alma y
las nostalgias a cuestas.
Lo que hace peligrosa la precundía es el mal de amor con
aquejamientos de celos, ese creernos los dueños absolutos de lo que teníamos y
perdimos, esa sensación egoísta de no dejarla ser feliz cuando tuve toda la
oportunidad de hacerla feliz, cuando se envanece el ego y nos asalta la
desgraciada expresión de que “si no es conmigo, no será con nadie”. Cuando
sabemos que antes todo era conmigo, pero lo descuidé, me dormí en mis
laberintos, me confié demasiado y sin tomar en cuenta que en la confianza está
el peligro.
Cuando el amor nos ha dejado entonces entra el mar, se
produce un tsunami de sentimientos malsanos que casi siempre terminan truncando
la vida de quien en algún momento nos permitió que le diéramos vida sin más
exigencias que un abrazo, un beso, un te quiero expresado a tiempo y a
destiempo, preocuparnos de saber si desayunó, si comió, cómo le fue en el día y
cómo será nuestra noche. Y ahí es donde está el detalle, en que perdimos los
detalles.
El mal de amor y la precundía son una funesta manifestación
del hundimiento de las almas en la desolación de la miseria sentimental que nos
abate, del estremecimiento del espíritu al que nos somete y nos expone el
desamor porque no supimos leer el lenguaje de un corazón atribulado y el mundo
de lo que era se derrumba.
Lo triste del mal de amor y la precundía son las decisiones
que tomamos que por lo general es truncar la vida de quien en algún momento nos
la dio. Si fuiste torpe para descuidarla no seas sabio para matarla porque amar
y matar puede que rimen, pero en nada se parecen.