jueves, 29 de enero de 2009

¿QUIÉN SOY?

Por: Jacinto Sención Mateo

Soy sentimiento, soy pensamiento, soy lo que intento ser,
de lo que siento y pienso poder hacerlo realidad.

No sé si me conozco todavía, o si podré conocerme algún día. Sin embargo, no ha sido ni será problema más que para aquellos que al verme me interpelan con pensamientos equívocos, llenos de prejuicios, que respondiendo a un modelo hegemónico, me etiquetan sin piedad para no ver lo visible que hay en mí. No creo que pueda cambiar esta realidad, que de no ser por ella no sería lo que soy, de lo que siento y pienso callarlo en silencio de la oscuridad.

Soy sentimiento, soy pensamiento, soy lo que intento ser,
de lo que siento y pienso poder hacerlo realidad.

Son los sentimientos que me hacen ver la vida tan confusa, como aquella mañana, que al despertar, no sentía mi cuerpo y cuando trataba de tocarme sólo me encontraba con el vacío de mi propia existencia que había dejado de existir por un momento. Cosa que no puedo explicar todavía. Pero los sentimientos están tan unidos a mí, que de no ser por ellos, no hubiera fracasado tantas veces en la vida, y con ellos, para bien o para mal, caminaré hasta lo más lejano de la posibilidad de vivir.

Soy sentimiento, soy pensamiento, soy lo que intento ser,
de lo que siento y pienso poder hacerlo realidad.

No siempre lo que hago es por que lo pienso, porque de ser así, no sería lo que soy, una persona presa de su propio pensamiento. Y por no expresar lo que siento y pienso, soy lo que no debía ser, uno más de lo que el modelo quiso hacer de mí, donde la indiferencia mueve mis pasos para no ver las tantas injusticias que a diario caen sobre “los de abajo”, sin que mis labios puedan pronunciar una sola palabra como protesta; más bien, la conciencia prefirió segarme hasta el día de hoy. Lo peor es que en el mañana no me veo libre de estas ataduras, que ni el sistema ni yo pensamos soltarnos en lo absoluto.

Soy sentimiento, soy pensamiento, soy lo que intento ser,
de lo que siento y pienso poder hacerlo realidad.

¿Quién soy? ¿Una apariencia? ¿Un intento de ser? ¿O soy pensamiento y sentimiento a la vez? Ahora no estoy claro de lo que soy, ya que lo que siento y pienso no lo hago realidad. La confusión se agudiza aún más, dando paso a las dudas que me interpelan a tomar una postura con mi identidad. Para ser sincero no es tan fácil ser, y en lo mejor de los casos, preferimos seguir en la mentira de la vida, que a todos nos toca jugar sin apelar a nuestra libertad. Es el precio que debemos pagar para no dejar al descubierto lo miserable que somos, siendo inconscientes con nosotros mismos y más con el mundo, que espera que lo transformemos, para no ser lo que somos, si no lo que beberíamos ser, de lo que sentimos y pensamos hacerlo realidad.

Soy sentimiento, soy pensamiento, soy lo que intento ser,
de lo que siento y pienso poder hacerlo realidad.

lunes, 26 de enero de 2009

Perdición

Por: Franklin A. Peralta E.

Un río ancestral
que no encuentra su cauce.
Un galeón en el desierto
con sus velas infladas por la confusión,
con ruta fija hacia el desastre,
con una ancla compuesta por retazos de deseos.

Cada vez más unido
al fluido vital de tus encantos
moldeados a mano.

Ruidos que intentan callar
este placer de poseerte.
Negación del origen de la vida
para encontrarme en tus labios depredadores.

Si por lo menos pudiera
detener esta danza macabra
que me haces bailar al compás
de tus ojos negros y encantadores.



(Al segundo paso en el 2003)

jueves, 22 de enero de 2009

Un día cualquiera

Por María Ovalles

Lo recuerdo muy bien porque fue una semana antes de que cumpliera los quince. Ese día había huelga y por eso no fui a la escuela y también por eso todo el mundo estaba en su casa. Menos los muchachos de mi calle, que jugaban pelota en plena vía, porque ese día nadie en su sano juicio, le había dicho Héctor a Rafy, saldría en su carro “porque si no se lo quemaban ahí mismo, como si na’”, y así lo convenció de que se quedaran jugando a las damas en un tablero que él mismo pintó y que estaba lleno de tapitas de Coca-Cola y Country Club, en vez de ir al Parque Colón, donde se pasaban las tardes hablando pendejá como solo ello sabían hacerlo.

Yo me hubiera quedado todo el día en la cama de no haber sido por Natalia, para quien desperdiciar una mañana durmiendo era casi tan malo como ir a la escuela. Soñaba que se me hacía tarde para ir no sé a donde y que no encontraba los zapatos cuando sentí que alguien me movía en la cama y era ella, Natalia. “¿Qué haces durmiendo? Levántate. Tú mamá te dio permiso para te pases el día en mi casa. Toma, ponte esto”, me dijo, mientras tiraba sobre mi cama unos pantaloncitos negro y un suéter de rayas rojas que sacó de mi closet.

Desde mi habitación oía a Natalia discutir con Rafy y con Héctor. Mi hermano tenía 20 años y Héctor 21. Estaban terminando la universidad. Por eso nunca nos hacían mucho caso a Natalia y a mí. Nos evitaban como si hubiéramos tenido el Sida u otra enfermedad contagiosa. Y en los escasos momentos –como aquella mañana- que por algún milagro divino dejaban a alguna de nosotras estar algunos centímetros cerca nos ignoraban, o en el mejor de los casos nos entraban a boches.

“Llévate a esta loca”, me dijo Rafy cuando aparecí en la terraza. Natalia se paró de mala gana de la mecedora y me agarró del brazo mientras insultaba a Rafy y a Héctor. Fuimos hasta la cocina, donde mami pelaba unas chinas que tío Luis le había traído del Cibao. Me pasó un gajo. Estaba muy dulce, casi como la azúcar.

“No sirven para jugo”, me dijo. “Te las voy a guardar en la nevera para que te la comas frías, como te gustan”. Cuando íbamos saliendo ya de la casa la escuché gritarme “No se vayan a ir para otro lado”.

Mami era muy celosa conmigo. No me perdía ni pie ni pisá. No me dejaba ir al club, donde se reunían todos los sábados, después de practicar voleibol, la mayoría de las muchachas de mi calle, y si las fiestecitas caseras que se hacían los fines de semana en el barrio no llenaban ciertos requisitos estaban vedadas para mí. El único terreno seguro para ella era la casa de la abuela de Natalia, donde mi amiga vivía desde que tenía uso de razón y en la que esperaba paciente que le llegaran los papeles para irse a vivir a Nueva York con su mamá.

La casa de doña Carmen estaba en el límite del barrio. Unos cuantos pasos más allá comenzaba Los Restauradores. A mami no le gustaba que yo fuera a ese barrio, hay muchos tigueres, decía. De todas formas Natalia y yo íbamos a cada rato a visitar a Yokasta, que vivía allá y estudiaba con nosotras.

A la abuela de Natalia le daba un pepino donde nos metiéramos, siempre que no estuviéramos cerca jodiendo la paciencia todo estaba bien. Ni siquiera teníamos que mentirle, como lo hacíamos con mi mamá, sólo salíamos y ya.

Cuando llegamos, doña Carmen estaba sentada en la terraza que conducía de la marquesina a la cocina. Desgranaba unos güandules. Vista así, desde lejos, encorvada y gordota, me recordaba una pintura que vi una vez en El Conde. Además de gorda también era grande y fuerte. Y encima peleona. Tenía unos ojos color verde claro, los mismos de Natalia, y según mi amiga, los mismos también de su madre. La doña tenia sus días difíciles –es depresiva, aseguraba Natalia- y era conocida en todo el barrio y unas cuantas cuadras más allá por sus pastillas tranquilizantes. Las llevaba con ella a todas partes y ante el primer pique se tomaba una.

En la nevera hay jugo de chinola, le dijo a Natalia, sírvanse un vaso y no hagan mucha bulla que me duele la cabeza.

Toda la familia de Natalia vivía en Estados Unidos. Su abuela, su tío Héctor, que odiaba a los gringos, y su primo Nelson, que aunque era un hombre de más de 20 años parecía un muchacho de 12 y al que todo el barrio quería porque nadie como él para ayudar en los velorios, en las fiestas patronales y en los cumpleaños, era toda la familia que Natalia tenía en Santo Domingo.

En esos meses también estaba en la casa de Natalia su prima Rocío. Ya estábamos acostumbradas a verla dos o tres veces al año en Santo Domingo. Incluso una vez se inscribió en El Carmen para terminar el bachillerato, pero a los pocos meses regresó a Nueva York.

Rocío era la que nos enseñaba los trucos de modas, la que primero nos explicó como besar a un muchacho. A veces hasta nos dejaba fumarnos un Marlboro con ella. Siempre andaba bonita, bien arregladita, y con unos peinados chulísimos que ella misma se hacía. Pero aquella mañana andaba como una loca, desgreñada y con un pijama larguísimo de Hello Kitty. Nos saludó con la mano y siguió para la cocina. Oímos cuando la abuela de Natalia comenzó a pelearle desde la terraza.

“… y como vuelvas a llegar a deshora prepárate que vas a dormir en la calle, ¿me oíte? Toy jarta de que lo tiguere eso vengan a bucarte como si tú no tuviera familia. Me vas a matar, gracia a Dio que tu santo padre, que Dio lo tenga en gloria, no tá vivo porque si no vuelve y se muere de un pique. Eres igualita a la boricua esa que te parió. Siempre se lo dije a mi José, no te metas con extranjera, si te vas a casar por allá halo con una dominicana, esa mujere extranjera no son fácile, y mira ahora, yo pagando las consecuencias. ¿Tú me tá oyendo? ¿Eh? No te haga la sorda…”

Rocío nos caía bien porque además de sus consejos para ligar con los jevos cuando regresaba a Nueva York nos dejaba toda su ropa, algunas no nos servían pero con las que si nos quedaban causábamos sensación. Íbamos dos pasos más adelante, decía el tío Héctor, de las demás muchachas del barrio, aunque eso significara que ya le habíamos vendido el alma al diablo y al enemigo, según él. Sólo Yokasta nos podía igualar. A ella su mamá le traía la ropa de Curazao, donde se pasaba la mayor parte del año comprando cosas para luego venderlas en Santo Domingo. Aunque todo el barrio sabía que en realidad vivía allá con un jodedor y muchos aseguraban que ella también vendía en Los Restauradores.

Natalia me había confesado que a veces su familia le daba asco. En realidad era una familia rara, si se le comparaba con las otras del barrio: todos vivíamos con mamá y papá, no teníamos tíos solterones ni comunistas, ni abuelas depresivas adictas a las pastillas tranquilizantes, ni primas cueros, y nuestros familiares más sonsos vivían en los campos. Yo envidiaba la suerte de mi amiga. Vivir a sus anchas sin que nadie le pusiera freno. Eso si que era tener suerte.

Natalia estaba en uno de esos momentos en que le gustaba acabar con su propia sangre, quejándose conmigo de lo tanto que peleaba la degraciá de su abuela –todavía no paraba la cantaleta que le tenía montada a Rocío en la cocina-, cuando entró Nelson en la sala. El también tenía los ojos verdes claros. Pudo haber sido muy bonito, de no haber sido por esa aura de idiotez que redondeaba su cara. Natalia y yo lo queríamos mucho.

-¿Y esos tenis?- le dijo Natalia ¿de dónde los sacaste?

-Se los regalé yo- gritó Rocío desde la cocina, ignorando a su abuela.

-Uyy, pero te ves muy bonito. Ven pa’cá, déjame verte. ¿Verdad que se ve lindo?

-Si, se ve lindo- dije yo, mientras Nelson se movía de un lado para otro para que viéramos mejor los Puma azul cielo que Rocío le había regalado.

-Son caros- dijo él, mientras salía casi corriendo y gritaba “mamá, vengo ahora”.
La abuela de Natalia se paró en el pasillo que lleva de la cocina a la sala y se quedó mirando un rato la puerta por donde Nelson salió. Después de varios segundos dio la espalda y siguió peleando con Rocío.

Voy a llamar a Yokasta a ver que ‘tá haciendo y nos vamos para su casa, ¿quieres?, sugirió Natalia.

La escuché hablar con Yokasta por teléfono. Cuando terminó, le dijo a su abuela “mamá, vamos a estar un rato donde Yokasta”. Doña Carmen, que aún resoplaba de furia con Rocío, sólo movió sus manos como si estuvieran espantando una mosca y nos dijo “regresen a tiempo para comer, no voy a esperar a nadie”.

Eran las 11:30 de la mañana y Natalia y yo sabíamos que no íbamos a regresar a tiempo para comer. Nunca lo hacíamos cuando nos juntábamos con la viciosa de Yokasta, como le llamaba Natalia.

Yokasta había cumplido ya los quince y sabía mucho más cosas que Natalia y que yo juntas. Tocamos varias veces la puerta de su casa. Cuando estábamos casi por irnos porque nadie nos abría la vimos aparecer con una sonrisa que le llenaba toda la cara.

“Oh, misamigas”, nos dijo y nos besó en la mejilla. Natalia me miró y luego la miró a ella, ¿Qué te pasa?, le preguntó. Yokasta no contestó. Dio media vuelta y siguió para su habitación.

Estaba con Pablo, un muchacho de nuestro barrio que empezaría la universidad a finales del verano y que había sido chambelán en los quince de la Yoka, como le decíamos en la escuela.

Toda la habitación tenía un olor a yerba que tumbaba. ¿Tus amigas fuman? dijo Pablo con aire casi despectivo. Se creía hombre porque pronto entraría a la universidad.
¿Dónde está tu mamá? Le pregunté a Yokasta, ignorando a Pablo. Salió a llevar una mercancía, contestó ella.

¿Qué tipo de mercancía? Dijo Natalia y nos echamos a reír. Incluso Pablo se río, pero Yokasta hizo una mueca rarísima y dijo “bueno, quieren fumar ¿si o no?”.

Nos fumamos un tabaquito que nos pasamos de mano en mano en silencio. Era la tercera vez que yo fumaba. La primera fue con Carlos, en el patio de la casa de doña Carmen –esa vez el tío de Natalia nos encontró y tuve que jurarle que jamás, jamás lo volvería hacer para que no fuera con el chisme donde mami-. La segunda vez fue ahí mismo, en la habitación de Yokasta. No estaban ni Pablo ni Natalia. Sólo Carlos, la Yoka y yo.

Pablo comenzó a preguntar si teníamos novios. Yo sí, dije, pensando en Carlos y en los estrujones que nos dábamos en el patio de la casa de doña Carmen. Natalia parece que me leyó el pensamiento y dijo “no se cuentan los muchachos con los que sólo nos besamos”. Nos volvimos a reír.

¿Entonces saben besar?, dijo pablo. A ver, demuéstrenlo.

Pablo tenía la lengua fría, pero sabía besar. No sé que le pasó a Natalia, que se puso como el diablo y dijo que se quería ir. Pero acaban de llegar, no sean así, se quejaba La Yoka.

Cállate, viciosa, le dijo Natalia.

Viciosa, pero mucho que te fumas la yerba que consigo.

Si quieres, más nunca vuelvo a tu casa.

Mujeres, ya, coñazo, dijo Pablo, si se va a poner en mala onda mejor no fumen.

Salimos los cuatro y nos fuimos a un parque cerca de la parroquia del barrio de Yokasta. Allí nos sentamos. Natalia estaba con la vista perdida, Yokasta se rascaba la cabeza como si tuviera piojo y Pablo cantaba bajito una canción que por esos días sonaba mucho en la radio. Así nos pasamos un buen rato los cuatro, con Pablo a veces atajando las intenciones de Yokasta y Natalia de entrarse a trompá.

Tengo hambre, dije yo. Natalia uso aquel comentario como excusa y dijo es hora de que nos vayamos a comer, mi abuela nos está esperando.

Lucia, dijo Yokasta, vuelve a mi casa cuando quieras, y tú también, mal agredecía, dijo refiriéndose a Natalia.

Maldita viciosa dijo Natalia mientras nos alejábamos.

No sé por qué te pones así, Yokasta es chévere, es buena onda.

Natalia me miró con aquellos ojos verdes claros que le habían ganado el apodo de la gata. Me miró tan fijamente que me asustó.

¿Siempre vas a ser mi mejor amiga?, me preguntó. Ella era así, preguntaba las cosas más raras en los momentos más raros.

Claro tonta, le contesté. Ven, vámonos, en serio tengo hambre.

Dos calles antes de llegar a nuestro barrio vimos gente corriendo. Luego sonaron unos tiros que los sentí tan cerca que me hicieron perder la orientación. Entre aquella gente que corría sin dirección fija Natalia y yo nos agarramos fuerte de las manos. Sentí como me halaba, haciendo mucha fuerza, hasta que llegamos a una esquina donde se aglomeraba mucha gente. Alguien agarró a Natalia por los hombros y le dijo “ay, niña, pobre de tu primo”.

Entonces lo vimos. Estaba tirado en mitad de la calle y sangraba por la boca. A penas pude ver como le quitaban los tenis mientras doña Carmen se acercaba al grupo de gente con las manos en la cabeza y Rocío decía toda clase de maldiciones detrás de ella.

Llegaron más policías y la gente, como dice Héctor, dejó el claro. Pero yo me que quedé con Natalia que lloraba mucho y se abrazaba a su abuela. Y ahí fue cuando Rafy me agarró por el brazo y me dijo que nos íbamos para la casa. El tío de Natalia le pidió a mi hermano que también se la llevara a ella.

De camino a casa Natalia seguía llorando. Cuando llegamos nos sentamos en la terraza y no recuerdo que le dije pero dejó de llorar. Entonces nos pusimos a jugar a las damas en el tablero que Héctor pintó. Natalia cogió las tapitas de Coca Cola y yo las de Country Club. Lo recuerdo muy bien porque fue una semana antes de que cumpliera los quince.

viernes, 16 de enero de 2009

Quédate, el amor y la distancia

Por: Jean Suriel

QUIERO dibujarte el amor
en mi mirada que
parece escapar tras de ti
cuando te vas,
tan sólo tocarte un
instante y
decirte en la piel
quédate
no más un momento para
luego en mi afanado
intento de regresarte
reiterar
tu retorno de
ese no sé qué destino o
trayecto que
te roba sucesivamente,
tan sólo un instante para
recobrarte en la última imagen que
te mantiene con vida y
reiteradamente esperar
tu retorno no sé cuándo de
ese punto que se dibuja en
la distancia en el preciso
momento que te marchas.

miércoles, 14 de enero de 2009

Cosas de mi madre

Por: Rafael Álvarez de los Santos

Siempre he dicho que una de las mujeres que más admiro en mi vida es mi madre ¿por qué? No es tan sencillo explicarlo, pero por lo menos diré algo.

Somos trece (13) hermanos/as de padre y madre. Mi padre murió en 1985 dejando a mi madre con toda esa retajila de gente. Eso nos cambió la vida por completo a todos y todas.

Por ejemplo, en mi caso particular, tuve que empezar a trabajar desde muy temprano teniendo a penas la edad de diez años, para ese tiempo no sabía nada sobre los derechos de la niñez ni del trabajo infantil.

Bueno, la cuestión es que mi madre ha sido ejemplo de admiración porque sacar adelante una familia con once hijos/as (ya se habían casado dos al momento de fallecer mi padre) es digno de admirar.

Y lo es porque puedo decir que hoy en día somos hombres y mujeres de bien en la sociedad y muy luchadores/as y trabajadores/as.

Pero en realidad no es tanto de eso que quiero hablarles, sino de otra cosa; pues para hablar de mi madre se necesitaría mucho espacio. Lo que me interesa en este escrito es contarles la sabiduría tan grande y la habilidad que ella tiene para corregir tan solo con una máxima o refrán. Citaré algunos solamente.

Cuando alguno/a de nosotros/as se negaba a ir al colmado o hacer algún mandado al que ella nos enviaba casi siempre decía “mis hijos son candil de la calle y oscuridad de su casa”.

Lo decía para ilustrar que nosotros/as estábamos más prestos a hacer algún oficio o mandado donde los/as vecinos/as que en nuestra propia casa. Ahora bien, aquí delato el interés materialista que normalmente nos acompaña. En términos monetarios el hacerle un mandado al vecino o a la vecina, nos traía una recompensa que posiblemente en nuestra casa nunca sucediera por la precariedad en que vivíamos.

Casi siempre los vecinos le mojaban la mano a uno con algún centavo por el favor, mientras que en la casa había que hacerlo de gratis.

Pero era una manera de corregir sin necesitar muchas palabras pues a mí, personalmente, me hacía sentir mal cada vez que la escuchaba decir eso y era yo quien casi terminaba haciendo al recado.

Otro de los refranes me lo dijo un día que me llamó para ver cómo había quedado mi casa después de unas enormes lluvias. Mi madre sabía que la casa donde vivía tenía filtraciones y que era una situación muy incómoda para mí cada vez que llovía.

Cuando me llamó por teléfono y me preguntó ¿y cómo estás, cómo ha quedado la casa? Le contesté “tengo todo encaramao porque esta vez la casa se me inundó de una manera terrible, y en ese momento me disparó el refrán que hasta me hizo reír “Bueno esto si es duro y los dientes en casa”.

Aparte de reírme analicé ese refrán porque nunca lo había escuchado. Inclusive hasta visualicé la imagen en mi cabeza, una persona tratando de masticar algo muy duro y sin dientes.

Después que terminé la conversación con ella hice una reflexión de este refrán. Definitivamente vivimos en un país donde cada día la situación económica se pone más difícil, o sea, dicho en buen dominicano “la cosa está dura”.

El gran problema con esta situación es que muy pocos realmente tienen buenos dientes para poder masticarla. Quienes hemos dejado los dientes en casa o no tenemos ni siquiera para dejarlos, mucho menos para cargarlos es todavía más difícil.

La mayoría de nuestras gentes pobres no es que no tengan dientes, sino que es tan poco lo que encuentran para masticar que ya están casi en desuso y si lo que encuentran, y para colmo está duro, pues ya podrán imaginarse la escena.

Otro refrán que quiero citar es que en una ocasión que me llamó y le dije que había tomado la decisión de mudarme, pues el dueño de la casa donde vivía me dijo que el problema de la filtración no tenía solución.

Cuando le comenté esto me dijo “bueno lo único es que usted había hecho buena relación con sus vecinos y que cualquier cosa ellos estaban ahí para ayudarle”.

Ante esta preocupación le contesté que lo importante es que uno haga buena relación en cualquier lugar que se mude y que nosotros teníamos esa facilidad y entonces aquí vino el refrán “es verdad, el que llega es el que busca porque el que está ya tiene”.

Cada vez que mi madre me habla me pone a pensar y es difícil para mí desligar sus palabras sencillas de la situación del país. Cada cuatro años asistimos a un carnaval electoral en nuestro país.

Somos testigos/as de la lucha entre los que están y los que quieren llegar. Para los que están es difícil irse porque ya tienen y quieren más, y para los que quieren llegar no se resignan a la idea de seguir sin tener.

Decididamente cada cuatro años se reparten el erario del país, cada cuatro años vemos la lucha irreverente, utilizando hasta los más bajos recursos para seguir o para llegar.

Cada cuatro años nos presentan su cara linda y bondadosa y hasta no sé cómo lo hacen, pero aparecen en unos afiches con una sonrisa que a veces parece hasta sincera.

En esa lucha feroz los que están harán hasta lo imposible para quedarse y no sólo eso, cuando los que quieren llegar ven disminuidas casi al máximo sus posibilidades recurren a las alianzas y los pactos estratégicos y entonces la cosa se pone peor para el país, aunque mejor para los que están.

Se pone mejor para los que están porque las alianzas aumentan en grados superlativos las posibilidades de quedarse, aunque después les saquen los pies a las personas con quienes hicieron las alianzas.

Se pone peor para el país porque las alianzas suponen que habrá mucho más personas “para equivocarse conscientemente a favor de sí mismos/as” entre los que están y los que lleguen.

En definitiva la sabiduría sencilla de mi madre, sin haber pasado de un quinto curso (creo yo) nos pone a reflexionar y a pensar en cosas serias que ameritan reflexión por parte nuestra.

Seguiré citando a mi madre de por vida no sólo porque ella me permite ver más allá, sino por ser la mujer que más me ha enseñado y que más admiro.

viernes, 9 de enero de 2009

Tierra Santa

Por: Humberto Rivas

¿Por qué, por qué entre desiertos, pueblos y valles
donde ayer se cantaron los Cantares y salmos de consolación,
donde voces proféticas exaltaron la vida
y conjuraron la injusticia y la violencia,
hoy, como hongos malditos,
crecen prepotentes los cañones?

Con sangre, fuego y dolor se siembra odio,
se siembra muerte
en una tierra de seres de huesos secos,
tierra de hombres y mujeres sedientos
de paz y un trozo de tierra prometida.

¿Será que ya no somos hermanos,
o es que sólo la carne humana del otro,
del de la otra orilla y otro mundo ajeno al mío,
nos puede saciar esta hambre perpetua de
dogmas, tierras, promesas y bendición?

Hoy Dios vuelve a preguntar:
¿Dónde está tu hermano?
Pero bajo la cabeza con vergüenza
porque yo sí sé donde está:
en cualquier lugar del mundo
donde se eleva un grito de desesperación,
ahí entre llagas, bajo las bombas, condenado por
el pecado de vivir.

Ese, el que me mira desde la lejanía
de su alteridad e inquieta mi existencia
con sus angustias,
congojas
cadenas
y ganas de redención.

Pero al fin de cuentas
Las conciencias históricas
descansan impávidas
quizás aletargadas por la antigua y siempre nueva
respuesta de Caín:
¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

lunes, 5 de enero de 2009

QUIMERA II

Por: héctor martinez d.


Lo que me duele no es tu partida
Sino cómo me dejaste la vida.

No me duele que por otros brazos me cambiara
Sino el dejar los míos sin una despedida avisada

Lo que me duele no es tu ausencia
Sino tu insoportable presencia
Cargada de confusión e incerteza,
Confusión sobre las razones
Incerteza sobre las consecuencias.

Lo que me angustia no es saberte ajena
Sino sentirte cercana en la tristeza y la pena

Tristeza por tu imagen quebrantada en mi conciencia
Pena por el precio de tu opción
Que te cobrará la vida y tu conciencia.

No sufro porque te fuiste
Sino por cómo me dejaste

No me duele la negación de una excusa
Sino la indisposición de solicitar la tuya

Tampoco me angustia lo que me quitaste
Sino lo que en la incertidumbre de mí te llevaste

No es tu recuerdo el que merma cada noche mi sueño
Es la conciencia del engaño que no concebí en tus encuentros.

Ni me entristece esto que me duele
Sino que sigues en mis sueños.

Ni me desconcierta saberte en mí querida
Sino la imposibilidad de creerte perdida
Pues de ti no sólo me quedó pena y dolor
Ya que sigo confirmando en mis días
Experiencias y sentidos con tu sabor
Convirtiendo en agradecimiento
Mis posibilidades de rencor.

Pues tu cuerpo, tus besos, confesiones y clamor
Confirman en cada tarde y en cada despertar
Esas huellas de vida y dolor
Generando otras posibilidades de ser y amar

Después de ti soy ese que no imaginé
Soy aquel que desde antes debí
Entendiéndolo hoy, en la ausencia de ti
Y forzado a sólo agradecer.

Hoy reconozco el derecho de irte
Auque me resisto a aceptarlo
Sin confirmar que de mí nada llevas
Más que el recuerdo de que me tuviste

Pues si en tus futuras posibilidades
Algo de mí naciera
Seguro estoy que a sufrir volviera
Hasta que a esos mi genes
Que en su gestación no le dí
La vida le devolviera.

Hoy te dejo, cuando ya no estás
Pues aunque me dejaste antes de irte
Quiero quedar convencido de que no perdiste
Pues quiero recrear mi dolor en tu felicidad

Hoy se abre otro capítulo de búsqueda y de sentidos
Gracias a las lágrimas que continúan mojando mis latidos.

viernes, 2 de enero de 2009

A ver si me entiende alguien más que no sea yo

Por: José Rafael Méndez

Recordando
añoranzas de aquello
que el tiempo guardó
grabó
borró
desapercibió
o simplemente
vio pasar.

A cualquiera se le muere un tío.
Pero no uno como Luis Rigoberto Liz Caba
que enamorado
puso catorce brandys 3cepas
en una mesa de algún bar
sólo para justificar
que “los Méndez no dan dos viajes”.

En una ocasión me dijo:
socio pierda cuidao
que a mí no me las roban.

… Pausa…

Porque las lágrimas no me dejan,
me están averiando el teclado
y salando el trago.

- Un “GALIPOTE”
- Déjenme, que yo lo espero.

Más de una docena de veces:
Ese es hijo mío.
Las espinas que me ‘hincan’.

- Yo hablo con el hombre,
ese es un loco viejo.
-Yo no pido
ni vendo
aunque lo hagan por mí
en mi entierro.