Por: Rafael Álvarez de los Santos
Desde hace mucho tiempo he venido padeciendo de un fuerte ataque de pánico que había mantenido en secreto hasta el momento porque sentía que al revelarlo, otras personas podrían caer en la misma situación y no quería sentirme culpable de la desgracia de alguien más.
Este pánico, que creía reversible, me ha comenzado desde que vi que el desayuno escolar estaba siendo adulterado disminuyendo las proteínas que debía tener para la salud de los niños y niñas de nuestras escuelas públicas.
Mi ataque de pánico comenzó a agudizarse cuando el Señor presidente de la República destituye a la entonces incumbente de la Secretaría de Educación y la nombra en la Secretaría de la Mujer en una abierta señal de que considera esta cartera como una degradación más que como un premio.
El pánico se acrecentó cuando se hizo público el asunto de la Sun Land y los posteriores favores que el presidente otorgó al mismo que se acusaba de ser el artífice de dicho convenio.
El pánico llegó al grado de histeria cuando vi el escándalo de los jueces de la cámara de cuentas quienes con el solo hecho de renunciar se les condonó la culpa y ni siquiera devolvieron lo que se robaron. Y como si todo eso fuera poco los actuales miembros apenas llegaron se inauguraron con una subida de salarios y autofovorecerse con una regalía pascual cuando ni siquiera habían cumplido un cuarto del tiempo requerido para dicha bonificación.
Tomé un pequeño alivio y les cuento que hasta me estaba recuperando pues los de la cámara de cuentas por lo menos “devolvieron” el dinero aunque eso no deja de ser una mala señal. Otra cosa que me alivió fue la sentencia a los implicados en el Plan Renove y los del fraude de Baninter.
Pero dice el refrán que la alegría en casa del pobre dura poco, pues una vez más me ha vuelto el pánico y me encuentro recluido en la clínica del desencanto, en la sala impunidad habitación número *gov.
Mi pánico ahora es mucho más severo pues veo lejos las posibilidades de poder rehabilitarme ya que contaba con el único antidepresivo que, entendía yo, podía curarme y es un fármaco llamado justicia que se encuentra en pocos lugares. Eso aumenta mucho más mi pánico, el saber que esta pastilla no es tan común y que en los pocos lugares donde puede aparecer, aparecen los que tienen la posibilidad de engavetarla para usarla tan solo ellos porque según tengo entendido también a ellos les da ataque de pánico. ¡Ironías de la vida!
Resulta que quienes me crean el pánico también adolecen de lo mismo con la única diferencia que ellos tienen acceso al medicamento, pero yo no. Lo único que podía aliviar mi pánico era una buena sentencia y el presidente la echó para atrás.
A diferencia de ellos, que nunca han estado en la cárcel precisamente por su pánico, a mí el pánico siempre me ha mantenido en la cárcel de la decepción, tras las rejas de la desesperanza, acompañado de otros presos, aunque si de algo les sirve puedo decirles que no son presos físicos, sino espirituales e idealistas.
Me acompañan en esta cárcel Orlando Martínez quien al conocer los indultos volvió a morir precisamente de pánico al pensar que quienes lo mataron también podrían ser indultados sin haber estado presos y no han valido mis esfuerzos para revivirlo y eso sí que me crea gran pánico. Me acompaña Narcizaso que también al conocer esta acción humanitaria del presidente me preguntó que si pensaban indultar a los que lo mataron tanto a él como a Orlando, este último no me ha hecho esa pregunta por el estado en que ya les comuniqué que se encuentra y además se ha demostrado que no hay que estar preso para indultar, sólo basta con comunicar el pánico.
También están conmigo en esta cárcel odiosa todas las personas que se dieron cita en el parque de la Lincoln con Lope de Vega para poner de manifiesto su inconformidad. Y hay tantos hombres y mujeres en esta cárcel que en realidad no me he sentido solo, pero mi pánico continúa.
Sólo un indulto podría sacarme de esta cárcel que me parece será eterna. Mi indulto sería el ver una sociedad que se levante ante los actos injustos, una sociedad que no sea conformista ni pasiva. Mi mejor indulto sería una justicia sin injusticias, transparente, diáfana y fortalecida.
Créanme que quizás no esté tan lejos de mis primeros deseos, pero de los segundos creo que estoy a muchos años luz y eso sí que aumenta mi pánico. Ojalá que en algún momento de la historia nuestra patria deje de ser tratada como cualquier ramera que sirva a satisfacer los deseos lujuriosos de poder y de enriquecimiento que por años han representado a quienes nos han representado.
Me atrevería a creer que es la única forma de que los que han muerto no mueran otra vez.
4 comentarios:
Excelente, muy buena crítica cargada de humor.
Bueno mi hermano, hay que tener esperanza y seguir organizando a la gente.
El comentador de noticias dijo añoche que lo que la izquierda en El Salvador no logró con los fusiles, lo logró con votos.
La dicha de ser hijo de “machepa”, no nos da la pasibilidad de poder estar exonerado de moralidad, de responsabilidad, de dignidad, de justicia, del bien común, del trabajo con esfuerzo, del respecto al otro y de lo suyo, de caminar con la frete en alto con la sola conciencia de que lo ha hecho bien. Pero con todo eso, prefiero seguir siendo hijo de “machepa”.
Rafa, tu también ere hijo de “machepa”. Estamos juntos.
Indudablemente que ustedes, así lo creo, también comparten con migo esta cárcel que parece eterna. Pero también me ayudan a no perder las esperanzas en el indulto que realmente espero.
Algo nuevo está naciendo.
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