Por: Rafael Álvarez de los Santos
Los refranes, lejos de ser un tratado deontológico, son la expresión sencilla del legado de la experiencia que obliga a expresar en breves palabras la consecuencia o la advertencia ante una conducta reiterada. El refrán que encabeza este escrito es, a mi modo de ver, la manera más fehaciente de describir al pueblo dominicano.
La República Dominicana se ha ganado, a base de mucho esfuerzo, la fama de ser un país alegre, bullanguero y botarato. Tanto es así que en un estudio publicado en la prensa local se afirmaba que nuestro país es el segundo país más alegre del mundo, superado solamente por Costa Rica.
Dicho resultado asombró a más de una persona, en las que me incluyo, pues esta felicidad realmente contrasta con los niveles de vida y el porcentaje de pobreza que tenemos y que cada día va en aumento.
Pienso que, sencillamente, no es que seamos tan felices, sino que hemos aprendido a sobrevivir en medio de precariedades y a hacer realidad el refrán que dice: “si del cielo te caen limones aprende a hacer limonada”. Es decir, otra manera de hacer de tripas corazón.
El simple refrán como tal puede que no nos diga mucho sin detenernos en la imagen que el mismo encierra, o sea, estamos hablando de las tripas; ese conjunto de órganos internos del estómago donde terminan todos los desechos que el cuerpo pone en lista de espera para ser expulsados. De lo que se trata es, según el refrán, de transformar lo menos agradable del cuerpo en el órgano donde guardamos los sentimientos. Es tarea difícil visto de manera simple, pero lo que encierra es hermoso.
El pueblo dominicano ha decidido cambiar su lamento en baile y por difícil que esté la cosa siempre aparece una fría pal’calor y un colmadón para dar riendas sueltas al gozo, aunque el merengue que bailemos tenga como estrofa: “ay siña juanica de por Dios siña juanica, se me muere el niño y no tengo medicina, vendo el gallo bolo y la puerca bolanchina, ay siña juanica de poi Dio siña juanica”. Y un estribillo que diga “se me muere el niño, tiene tosferina y no tengo cuartos pa’la medicina.”
Un canto que, evidentemente expresa una desesperación que es lo más parecido a la realidad que abrigan nuestros barrios cuando se presenta la difícil situación del no tengo cuartos pa’la comida, de que “a lo lejos se oye en el pueblo tu llanto cuando tú estás consolando a toa’la familia porque no hay comida”.
Reímos hasta más no poder aunque el chiste seamos nosotros mismos, o sea, los pobres. Saludamos con efusivo abrazo aunque nos falten los mismos. Elogiamos la obra de un síndico que construye aceras y contenes y recoja la basura, por lo difícil que es encontrar quienes cumplan con su función.
Definitivamente que nos alegramos por todo. Saltamos de alegría cuando tenemos energía eléctrica, cuando la policía ha decidido soltar de la cárcel al joven que fue prendido sólo por su imagen. La alegría nos sobrecoge cuando la justicia, siempre tan injusta, condena a los corruptos aunque sea a cinco años de prisión sin obligarles a devolverle al país los bienes sustraídos.
Vivimos en la viva esperanza de que “si de aquí saliera petróleo, como sale de Kuwait, si de aquí saliera petróleo, que bendición mi compay”.
Y no es que seamos irreverentes ni herejes, sino que la fe tan férrea de este pueblo le lleva a bailar en alguna discoteca o estadio de pelota las letras de una rítmica canción que dice “Jesús me dijo que me riera si el enemigo me tienta en la carrera, también me dijo no te mortifiques que yo le envío mis avispas pa’que lo piquen”.
Hemos cumplido a cabalidad el texto, nos hemos reído cuando el enemigo nos ha tentado inclusive a matarlos por los abusos cometidos en pos de los más empobrecidos. No nos hemos mortificado porque sabemos que el Señor enviará las avispas pa’que lo piquen.
Tengo una sola pregunta para ti Señor y de antemano te pido me perdones por la misma, ¿cuándo las avispas lo piquen: será en pedacitos? Te repito que es sólo una pregunta.
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