Por: Jean Suriel
I
Llueven hojas en el firmamento,
es otoño en las mañanas idas,
es otoño en la mirada fija,
es otoño ya, es otoño adentro
en el alma rota, en las entrañas,
en las grietas hondas y profundas,
en carne viva, en la piel oriunda
del otoño seco y sin montañas.
Son las hojas que acaricia el viento
las que tiñen gris esta armadura,
las que tiñen de oscuro amargura
las palabras y los sentimientos.
Caen hojas. El otoño frío
avanza lento por cada herida,
se detiene ágil en cada vida.
Duele otoño, duele, duele. Hastío…
II
Álgido el invierno se levanta
en el cielo lánguido nocturno,
¡oscura chimenea, aliento oscuro!,
entre nieblas y humaredas blancas.
Gélido aire de la madrugada.
Aúlla el féretro de la muerte.
Suena el silbo cada vez más fuerte.
Anuncia el frío de la alborada.
Titilan débiles, a lo lejos,
las luciérnagas, luces cimbradas,
faros inquietos. La luz se apaga.
Se curva la noche en un espejo.
Sólo el hielo de la nada cruje,
sólo el témpano del alma sola,
que parece escapar en una ola
de frío. Dolor helado. Sufre.
2 comentarios:
Impecable, poeta.
Poeta impecable.
Caminar sin descanso hasta llegar a la arista y luego en ella, dormir eternamente en silencio. Es el pago para el poeta, donde su alga se pierde en el horizonte y jamás se quiere regresar. Saludos Suriel.
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