domingo, 7 de diciembre de 2008

Dos Historias, una intención, dos finales y un desenlace

Por: Rafael Álvarez de los Santos


Primera Historia:

Lo recuerdo perfectamente. Un día de octubre el Colegio Médico Dominicano había anunciado una de sus reiteradas marchas al Palacio Nacional en busca de su mal llorado aumento salarial.

El anuncio estaba hecho, tocaba a la policía hacer sus acostumbrados shows llenando de militares todas las calles e inmediaciones, al punto de hacernos creer que estamos en una nueva versión de la guerra del 65 o algo por el estilo.

Pues bien, en medio de ese panorama había salido a almorzar con destino hacia mi casa. Los grandes tapones me hicieron cambiar de opinión y de dirección y regresar a la zona colonial para almorzar por ahí.

Viniendo de camino me detuve en una cafetería para tomarme un jugo hasta que llegara a la Tradición (mis queridos amigos y amigas saben a qué lugar me refiero). Tenía tan solo cincuenta pesos en los bolsillos. Pregunté a la señora que vendía algunos precios de cosas que me interesaron, pero mi capital no llegaba hasta ahí y ella no aceptaba tarjetas de crédito.

Después de un breve diálogo vino la pregunta ¿Señor usted quiere comer? Respondí afirmativamente. La señora me dice: “Pero yo puedo darle la comida y usted me la paga mañana”. Esta actitud me asombró pues nunca había visitado ese lugar ni tampoco había visto a esta señora, pero acepté su propuesta.

Cuando terminé de almorzar le dije: Señora iré a un cajero a buscar el dinero, si quiere se puede quedar con mi cédula. La señora fue más enfática: “No señor, ya le dije que me la puede pagar mañana, además si usted me engaña yo puedo perder 150 pesos, pero usted pierde la confianza y nadie sabe el día que nos encontremos por ahí”.

Esa experiencia me marcó y definitivamente me dejó una gran enseñanza, pues en medio de la sociedad en que estamos y que vivimos, en la que ya nadie confía en nadie, de verdad que me hizo repensar y entender que hay esperanza y que no todo está perdido.

Alguien que desconocía me devolvía la confianza inclusive en quienes conozco, fue la gran lección del día. Tan solo una actitud, un hecho me hizo repensarme y pensar en cambiar.



Segunda Historia:

Después de esta experiencia me propuse cambiar o por lo menos flexibilizar en mi actitud desconfiada en esta sociedad y en sus personas.

Pues les cuento; había comenzado la temporada de pelota y era la primera vez que me tocaba vivir este hecho con mi propio vehículo. Siempre había soñado con ponerle una banderita azul con el nombre del Licey, equipo por el que simpatizo (aunque muchos/as amigos/as sean aguiluchos/as).

En un semáforo un tipo de cara amigable estaba vendiendo las susodichas banderas. Me detengo y le pregunto ¿cuánto cuesta una banderita de esas? Cincuenta pesos, me contestó.

Enseguida apelé al sagrado derecho del regateo ¿Pero no está cara por cincuenta pesos? El tipo me respondió: “amigo van a subir de precio”, pero no tengo dinero menudo, le respondí.

¿En cuánto están? ¿Una papeleta de cien? Me preguntó. Respondí afirmativamente, “pero yo tengo menudo” me respondió. OK, le dije, y procedimos a materializar el negocio.

Después de colocarme la banderita en el cristal de la puerta derecha de mi carro, éste no podía bajar y el vendedor me dice “deje el cristal subido que yo doy la vuelta para devolverle” y así lo hice después de pasarle los cien pasos.

Para mi sorpresa este final fue diferente pues el tipo se dio a la huida con mis cien pesos y corrió a tal velocidad que apenas pude reaccionar. Cuando caí en la cuenta de que me había estafado ya el tipo había recorrido más de dos cuadras. No tuve otra alternativa que marcharme.

Pues como ven, han sido dos historias con intenciones posiblemente parecidas, pero con finales muy diferentes. Esto me hizo reflexionar mucho y hasta dudar de si mantener la actitud que había decidido asumir después de la experiencia de la primera historia.

Dos cosas me llegaban a la mente: quizás la señora que fue capaz de fiarme la comida sin haberme visto tuvo mejor percepción que yo al advertir la persona con quien estaba negociando. Y es posible que este tacto me faltara.

Lo segundo es que no todo el mundo es como yo, ni piensa como yo, o sea, yo sería incapaz de hacer lo que me hicieron a mí, pero hay personas que sí serían capaces de hacerlo como este señor.

Me dolió menos porque tan solo perdí cincuenta pesos, pero me molestó porque me ha hecho volver a ser cauto con las personas, con una visión menos confiada. De verdad que quería volver a confiar.

Esto me deja con sentimientos encontrados pues la verdad que, o decido confiar o desconfiar. ¿Puedo poner a prueba de nuevo la honestidad de las personas? Creo que sí, pero de seguro que serán con sumas de dinero tan bajas o menores de lo que me han llevado.

Aún es posible la esperanza.

Desenlace final:

Al momento de escribir este desenlace he pensado mucho si dejar tal cual la segunda historia de este relato ¿por qué? Sencillo se los contaré inmediatamente.

Al otro día de lo sucedido con mis cincuenta pesos pasé de nuevo por el lugar donde se colocaba el vendedor pues es ruta obligatoria para llegar a mi trabajo. Y ¡Eureka! Allí estaba mi susodicho en la misma esquina y con las mismas banderitas.

Al verlo bajé el cristal del vehículo, lo miré y él no me reconoció al principio e intentó venderme de nuevo. Le pregunté ¿no te acuerdas de mí? Y me respondió con una sonrisa de oreja a oreja lo siguiente: “Mi hermano pero usted se me fue ayer” “Mierda, yo salí a cambiar el dinero y cuando miré ya usted se había ido”.

Por un momento creí su historia, pero la desconfianza que subyace en mi subconsciente me hizo preguntarle: pero usted me dijo que tenía menudo ¿por qué salió a cambiarlo? Además usted llevaba como cuatro esquinas recorridas, quien pensó que se me había ido con el dinero fui yo sobre usted.

Volvió a decirme: “Pero loco sería yo si me le voy con cincuenta pesos a una persona sabiendo que yo tengo que pararme en esta esquina todos los días” su razonamiento me pareció lógico y por el momento le creí hasta que me pasó los cincuenta pesos.

El dinero devuelto estaba en tan mal estado que por el momento pensé que me los estaba pasando para ver si reaccionaba en lógica inversa y le decía que mejor se quedara con ellos, pero mi desconfianza que subyace en mi subconsciente me decía mejor llévate tu dinero aunque se los regale a algún pordiosero en la calle.

Para no cansarles la historia, les he ofrecido los famosos cincuenta pesos a dos personas que piden en la calle y a un niño que limpia vidrios en el semáforo de la Gómez con 27 de Febrero y ninguno han aceptado el dinero propuesto. Esto dice mucho del mal estado en que estaban.

Al final decidí plastificarlo para recordar esos días, pero pensé que no era necesario recordar cosas no tan positivas y opté por echarlos en un zafacón.

Definitivamente que no sé qué pensar al respecto, de todos modos les cuento estas anécdotas para que las tengan en cuenta.

2 comentarios:

Franklin P dijo...

Bienvenido hermano. Con estas estampas urbanas nos despiertas a algunos las ganas de irnos (el señor que vende banderas del licey, porque un aguilucho no haría una cosa así) y a otros nos invitas a volver (la buena señora que vive en un mundo donde la confianza es un valor más activo que 150 pesos).

Cuéntanos otra.

Marie dijo...

Como me he reído leyendo esto.
Espero seguir leyendo más cosas tuyas.
Por favor, no andes por las calles de Santo Domingo exhibiendo banderitas azules. Qué es eso? Hazte aguilucho para que conozca la felicidiad, jajaja.
Abrazos.