domingo, 11 de octubre de 2020

Cadena maldita del mal

 Por: Humberto Rivas

Alguien – un pedigüeño cualquiera – que no era cualquiera
pues de seguro nombre tenía, aunque tal yo no sabía, subió
en el tren un día y dijo: “mis problemas no son sus problemas, ustedes
los suyos tendrán, que propios suyos son, pero por compasión,
solicito un poco de su amor, que se materialice en un par de monedas
que a su vez se truequen por dos trozos de pan y algún pescado o algún
otro bocado”.
No lo dijo exactamente así, pues él no era poeta; además tenía hambre,
y en esas circunstancias a nadie le interesan los versos ni las rimas.
Lo digo yo,
que tranquilo en el metro iba, un poco satisfecho de la vida
y con dos dólares en los bolsillos.
Al instante mi tranquilidad se disipó y me colmó un
desasosiego más profundo que la fosa de las Marianas.
Si sus problemas no son nuestros problemas,
entonces… coño, perdonen la expresión,
¿qué diablos hacemos en la humanidad?
Unas gotas de catarsis llenaron hasta el límite
mi copa egocéntrica y lo que se derramó
se fue tornando en sangre ajena que manchó
el vestido blanco de inocencia que te regala el sistema
para aliviar la conciencia.
Acababa de descubrir, no por acción mayéutica,
sino por la revelación de un rostro sucio
las campanillas del leproso
de la lepra de la posmodernidad
ante el cual todos huyen cual perdedor
de la competitividad empresarial,
cadena maldita del mal,
el pecado original del pensamiento mercantilista
del capitalismo neoliberal.
Abajo los poderosos
y arriba los humildes carajo, grité yo.
Pero en mis fueros internos,
porque soy cobarde, lo confieso.
Llegada la noche, sentado sombrío al borde
de mi cama, lleno de impotencia,
lloré amargamente como Judas cuando vendió a Jesús.
Yo era Judas, él era Jesús.
Encendí entonces el televisor. No se me ocurrió otra cosa.
Miré dos películas de acción de Hollywood,
una serie de sexo y narcotraficantes
de esas que abundan hoy, dos telenovelas
de amores imposibles, un documental
sobre famosos dando limosna, las noticias
de un canal gubernamental,
y me sentí más sereno y dormí un sueño apacible.

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