martes, 11 de agosto de 2009

Miradas

Por: Rafael Álvarez de los Santos


El martes 3 de julio de 2007 asistí a una reunión en un ayuntamiento de la provincia Santo Domingo. Debo hacer un paréntesis y aclarar que nunca he sido partícipe de la consabida idea de que el dominicano es impuntual y que la puntualidad ha de atribuírsele a tal o cual cultura. Soy de los que piensan que la puntualidad es una cuestión de disciplina y respeto; por eso me gusta ser puntual.

Pues les cuento que llegué al lugar de los hechos media hora antes de lo establecido y mientras hacía tiempo para mi reunión, buscando evitar el bostezo que debía guardar para cuando la reunión se tornara aburrida, me dediqué a observar los funcionarios de dicho ayuntamiento, haciendo una diferencia en mi observación entre las personas que llegaban con saco y corbata y las que llegaban vestidas de forma más sencilla.

Dividí mi observación en cuatro renglones: la forma de caminar, los gestos al hablar, la cercanía con las demás personas, y el acercamiento de las demás personas hacia ellos (recuerden que les estoy hablando de los que vestían con saco y corbata y de los que vestían de forma más sencilla). Pues como diría un merengue del maestro Ramón Orlando esto fue lo que vi:

Los que iban de saco y corbata, hijos serviles de esta sociedad de la imagen, caminaban cual pavo real en medio de sus conquistas; o sea, al caminar lo hacían de tal manera que al ensanchar sus brazos me parece que casi nadie podía cruzarles muy de cerca. Quienes iban vestidos de forma sencilla caminaban tan normal que a veces pasaban desapercibidos.

En cuanto a los gestos al hablar, los de saco y corbata hablaban con un dejo de autoridad que me hubiese atrevido a pensar que realmente estaban convencidos de lo que decían; pues lo decían con tal seguridad que hasta me cuestioné si realmente decían la verdad. Los que iban de ropa normal hablaban con tanta naturalidad que aunque fuese verdad lo que decían posiblemente no llegaran a impresionar.

En cuanto a la cercanía con las otras personas, los de saco y corbata saludaban tan solo con un apretón de manos, a no ser que fuese otro con saco y corbata a quienes daban un abrazo efusivo. Los que iban con ropa normal saludaban a todos y todas por igual, aunque cuando llegaban a los de saco y corbata como que se intimidaban.

El último de mis renglones es el nivel de acercamiento de las personas hacia ellos. Paradójicamente las gentes se acercaban más a los de saco y corbata, aun percibiendo la indiferencia de los mismos, y que para hablar con ellos tenían que hacerlo ante alguien que ocultaba su mirada detrás de unas gafas de sol.

Ante estas observaciones reflexionaba lo siguiente ¿qué hubiese pasado si a los que iban de ropa normal les hubiésemos puesto saco y corbata? Me hacía esa pregunta pues no quería hacer ningún juicio a priori y pensar que estas actitudes se daban por cuestión de vestimenta. En ese momento ocurrió un hecho que pareció una iluminación. Un señor se desmontaba de un carro y traía ropa normal, pero un saco en los brazos. Al desmontarse del vehículo, que era de transporte público y en muy malas condiciones por cierto, caminó unos cuantos metros y cuando se acercaba al local del ayuntamiento se puso su saco, sus gafas de sol y ¡eureka! El tipo cambió ipso facto.

Este señor, de estatura mediana e imagen de iniciado en estos mundos de la política y rostro de funcionario en olla, mostró exactamente las mismas actitudes que un servidor había observado en los personajes antes descritos. Todo esto me hizo pensar en el problema del vestir en una sociedad que ya casi ni derecho a la ropa tiene.

Las personas pudiésemos tener más tacto y observar en estas conductas de los cronos de la política un adelanto de lo que podrán ser cuando lleguen al jet set. Yo he cifrado este análisis en la forma de vestir, pero es seguro que amerita de un proceso más profundo para afirmar que el problema puede estar en una vestimenta, pero que también puede estar en esa actitud que asumimos cuando el poder nos ciega y nos toca.

Quizás un problema en esto es que los/as individuos vamos legitimando estas actitudes cuando miramos por encima del hombro a quien no exhibe una buena marca al vestir, cuando discriminamos a quien llega con camisa y pantalón y le damos la preferencia al de saco y corbata, cuando la justicia absuelve al de saco y corbata y condena a quien no lo usa.

Cuando al pobre que roban le llaman delincuente y al funcionario o rico que roben le llaman corrupto. Cuando unos jóvenes pobres se organizan para delinquir le llaman pandilla y cuando algunos empresarios, jóvenes o no, se organizan con fines parecidos se les llama grupos económicos.

Quiero decir una última impresión. Precisamente leí en la prensa que el Senado de la República catalogó como un crimen el robo de la energía eléctrica. Esto me preocupó aún más pues resulta que en los años que tengo nunca he visto una persona de saco y corbata subido en un poste de luz tratando de “robarse” la energía eléctrica, pero sí he visto a los de saco y corbata administrar las compañías que se encargan de este servicio que pagamos sin nunca tener ¿legitimación otra vez? Saque usted sus conclusiones.

1 comentario:

Alexander Corleone dijo...

Interesante post. muy buenas tus observaciones, tendre que ser un poco mas como tu, para percatarme de todo.