A Rubén Darío Gómez
Desde muy joven abrazaba la vida con todas sus fuerzas, con un deseo inmenso de vivir, de destacar, de socializar y crear lazos fuertes de amistad. Así era él. Decidido y libre. En la adolescencia vivió una tragedia que marcaría su vida y transformaría su entorno. Aires nuevos, amistades, empezar de cero. Empero, jamás varió su determinación interna, bebía a sabor los instantes de su existencia como si no hubiera un mañana. Era feliz. La noticia de que algo no andaba bien, no arrebató su sonrisa y su deseo de encontrarse con los amigos y celebrar con algunas cervezas. Batalló en silencio con su enfermedad por algunos años. Siempre decía que estaba bien y minimizaba lo que sentía con un chiste o hablando de algún nuevo encuentro. Jamás asumió su decadencia. Su personalidad no era de esas que claudican. Hasta el final estuvo firme. Murió como vivió un día de julio.
Desde muy joven abrazaba la vida con todas sus fuerzas, con un deseo inmenso de vivir, de destacar, de socializar y crear lazos fuertes de amistad. Así era él. Decidido y libre. En la adolescencia vivió una tragedia que marcaría su vida y transformaría su entorno. Aires nuevos, amistades, empezar de cero. Empero, jamás varió su determinación interna, bebía a sabor los instantes de su existencia como si no hubiera un mañana. Era feliz. La noticia de que algo no andaba bien, no arrebató su sonrisa y su deseo de encontrarse con los amigos y celebrar con algunas cervezas. Batalló en silencio con su enfermedad por algunos años. Siempre decía que estaba bien y minimizaba lo que sentía con un chiste o hablando de algún nuevo encuentro. Jamás asumió su decadencia. Su personalidad no era de esas que claudican. Hasta el final estuvo firme. Murió como vivió un día de julio.
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