El sol en mitad del cielo parecía detenido. Los jornaleros
acampaban de bajo de un guayacán, para abrocharse lo que se suponía debía ser
un "locrio" de arenque con aguacate. Sus manos lucían maltratadas y
llenas de callos, fruto de la delicadeza que exigía el cultivo de tabaco. Para
esa época gran parte de la comunidad de Pandie se encontraba en plena cosecha,
lo que auguraba cierto dinamismo para la economía del lugar. Pero mientras
tanto, las precariedades se paseaban de bohío en bohío sin distinción de
personas.
Cada lunes se aglomeraba la gente en el puesto de INESPRE en
espera del camión que llevaba varias semanas sin asomarse por la zona. A medida
que avanzaba el día, la gente, en su mayoría mujeres, se fueron dispersando. Una
espera más sin resultado, mientras los fogones seguían apagados y los calderos encargados
a la suerte de mejores amaneceres. El sol se perdía cada vez más, ocultándose
por detrás las montañas. Ya era hora de regresar al caserío y los hombres lo
tenían claro. Cargaron sus instrumentos de trabajo sobre sus hombros y
abriéndose paso por el camino polvoriento, se dirigieron uno por uno a sus
humildes viviendas; con la sola esperanza de que la cosecha de tabaco les
traería mejores oportunidades.
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