Por: Rafael Alvarez de los Santos
“Que nos gobiernen las putas porque sus hijos nos han
decepcionado”.
Cada sábado en la noche, o domingo por la tarde, andaba yo
con mi limpiabotas a cuestas. Ejerciendo un trabajo que retribuía el completivo
de un sueldo de mala madre ganado en los campos de piñas del pueblo. Por no
tener la edad indicada siempre estaba en el lugar equivocado. Se trataba
de un prostíbulo ubicado a escasos
metros de mi casa y al que solía frecuentar con mi limpiabotas.
Mi intención no guardaba relación con querer aprender nada
de la vida como solían decir las prostitutas, sino que obedecía al hecho mismo
de prestar un servicio, más que pedir un servicio para el que yo, por mi
condición de menor, estaba vedado.
Visitaba este lugar porque había descubierto la psicología
de un hombre en conquista. En el burdel, los hombres pagaban más caro y las
propinas solían ser significativas.
En una ocasión pude presenciar una discusión sostenida entre
una de las prostitutas y un cliente que se negaba a pagar alegando no estar
satisfecho con el servicio. Como si fuese la única palabra que se sabía,
repetía al cliente con insistencia:
-“A mí tú me pagas maldito político”-.
La discusión ocurrió en plena calle. Conocía al señor de la discusión, pero desconocía que fuese político. Cuando le dijo al señor “Político” este, visiblemente enojado, le dijo: -“Y usted cuero”-.
Ante la expresión del cliente de acusarla de cuero, ella atinó a decir:
-“Pero yo sí tengo de donde justificar lo que me gano y no le robo a nadie ni tengo que andar escondiéndome de nadie”-.
-“A mí tú me pagas maldito político”-.
La discusión ocurrió en plena calle. Conocía al señor de la discusión, pero desconocía que fuese político. Cuando le dijo al señor “Político” este, visiblemente enojado, le dijo: -“Y usted cuero”-.
Ante la expresión del cliente de acusarla de cuero, ella atinó a decir:
-“Pero yo sí tengo de donde justificar lo que me gano y no le robo a nadie ni tengo que andar escondiéndome de nadie”-.
Hasta escuchar esto reparé en por qué le llamaba político, no obstante me parecía injusto de su parte. Al día siguiente pregunté a la prostituta por qué le llamaba político a un señor que no lo era y cual Jesús con sus discípulos, perdón por la irreverencia, me explicó su parábola:
-“Lo que pasa es que estos tipos vienen, te ofrecen una
vaina y después te salen con otra. Te usan
cuando quieren y después ni se acuerdan de ti; creen que tienen derecho
a hacer contigo lo que le dé su maldita gana y para colmo ni pagan, que se
vayan pal`carajo”-
Según la teoría del Eterno Retorno formulada por el filósofo
Alemán Friedrich Nietzsche, las cosas vuelven a aparecer de forma distinta como
las conocemos. Es como si cada uno de los instantes de nuestras vidas se
repitieran infinitas veces.
Como el eterno retorno tuve la oportunidad de recordar esa
discusión entre la prostituta y su cliente.
Transitando por la avenida del Puerto, unas trabajadoras
sexuales esperaban el cliente de la noche. Al advertir mi presencia una de ellas
vociferó a todo pulmón: “República Dominicana”. Al escucharla sentí un miedo
que inhabilitó mis sentidos deteniéndome por momentos ante la desfachatez de
una mujer que mal usaba la patria para ofertarse.
Pero apelé al pasado y al recuerdo. El pasado y el presente
hicieron su trabajo, un pasado que trasladó al presente la discusión de una
prostituta con un cliente. Un pasado que trajo al presente la explicación de
aquella parábola surgida de la impotencia de una mujer que para vivir tenía sólo
su cuerpo y su sexo. El detalle exhaustivo del por qué se sentía que estaba
ante un político al reclamar su derecho. El escalofrío que sentí, al escuchar a
esta mujer llamarse como la patria, obedecía a aquel símil y nada más, y nada
más.
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