viernes, 6 de noviembre de 2015

¿Nos hicieron mal de ojo?

Por: Rafael Alvarez de los Santos

El fenómeno conocido como mal de ojo nunca ha estado lo suficientemente claro, sabemos un poco de cómo se origina y la manera de identificarlo, pero no con toda certeza.

Según me cuentan el mal de ojo ocurre cuando usted resalta las bondades de algún niño sin que al final pronuncie la palabra mágica “Dios lo bendiga”. La ausencia de esta palabra produce un efecto negativo y diametralmente opuesto a lo expresado con los labios.

En caso de que una persona no pronuncie la palabra mágica al resaltar la belleza de su niño, usted puede contrarrestar los posibles efectos dañinos (que sería el mal de ojo) con unas palabras que, repetidas tres veces y en voz baja, neutralizan cualquier posible maldad que se oculte en la apariencia de bondad de sus palabras.

Omito las palabras porque una persona que ensalma me dijo que nunca pueden revelarse esos secretos.

Como no todo el mundo conoce las palabras mágicas que neutralizan el hechizo producido por el mal de ojo se ha optado por prevenirlo con un atuendo conocido como azabache que consiste en un puño de color negro con una cinta roja.

La pregunta obligatoria es ¿Cómo sabe usted que a su hijo le hicieron mal de ojo? La manera en como se diagnostica el mal de ojo es poco convencional: se suele acostar boca arriba al niño y si un pie es más largo que otro (cuestión que me dicen es muy normal) a su hijo le hicieron mal de ojo.

Lo mismo parece que nos ha pasado con el país. Atrás quedaron los tiempos en que nos resaltaban lo solidarios que somos, la situación de violencia y delincuencia ha provocado que nadie se detenga ante el hermano que ha sufrido algún percance en la calle y solicita ayuda.

Recuerdo cuando la prestigiosa organización Británica The New Economics Foundation hizo público un índice de felicidad y nos colocaban como el segundo país más feliz del mundo sólo superado por Costa Rica. No pasó un año de publicada esta investigación cuando un informe del Earth Institute auspiciado por la ONU nos colocaba como el segundo país menos feliz de América Latina. Nos elogiaron sin decirnos Dios les bendiga.

Nos echaron mal de ojo porque de otra manera no se justifica lo que está pasando, este tránsito doloroso de la supuesta tranquilidad ciudadana a esta tensa situación de asesinatos diarios, de feminicidios, narcotráfico, corrupción. Y parece que contra estos males no hay conjuros que valgan, no basta con picar la tierra en cruz ni rezarle a santa apolonia, no bastan los ensalmos ni las oraciones dichas en voz baja y repetidas tres veces para nuestros adentros y no han bastado los azabaches.

Supuestamente nos habíamos tragado un resguardo, nos habían ensalmado y tal parece que hubo otros que sabían la cuestión y nos dieron a tomar agua de siete tinajas o de siete agujas esfumándose así la protección y ya ven como quedamos: con la vergüenza a la intemperie.

Diferentes amigos contradicen mi teoría de que nos han hecho mal de ojo pues, para que el mismo se produzca ya se ha dicho que deben tener un pie más grande que otro. Pero contrario a este fenómeno, lo que ha ocurrido es que estamos en la cultura de lo fácil, del dinero rápido y ello explica la corrupción, la droga, los asaltos. Resulta entonces que en este país muchos, en vez de tener un pie más grande lo que tienen son las manos y los dedos más largos que otros.