miércoles, 24 de febrero de 2010

Pasión de tempestades

Por: Humberto Rivas

De repente me levanté sin sol
y me acosté sin estrellas;
se quedó mi playa sin agua ni arena.

De repente la dulce brisa
olvidó sus caricias
y se quedó dormida con
un verano cualquiera.
También se quedó sin cuerdas
mi guitarra y sin espectadores
mi canción.

Pero no importa, seguí cantando.
Pero no importa, así sin sol me levanté
y me acostaba sin estrellas.
Así seguía bajando a mi playa
y me daba baños de ausencias.

De repente me despedí
de las penas y me fui volando
en un velero de esperanza.
Entonces nada me importó
ni lluvias, ni sequías,
ni heroísmos, ni cobardías
ni las noches ni los días.

Un día me quedé abrazando al aire
y hablando con el silencio;
me encontré atravesando en soledad
un ancho río turbulento.

Pero aun así seguí amando,
aun así seguí con las sombras
conversando. Y llegué solo
a la otra orilla y llegué sólo
agarrado a una promesa.

Allí para nada me importó
la tristeza de la noche
o la soledad del medio día.
Pues había llegado a comprender
las profundas cavernas
que surca el corazón
en la trayectoria del amor.

sábado, 20 de febrero de 2010

Alma y cosecha

Por: Genoveva del Orbe

Esta alma llena de fragancias y melodías de amor
no necesita la tristeza a su lado,
en caso de que esta alma se acongoje
y sufra con la falsedad del mundo,
le busco paz,
sueños, amigos, caminos

Porque esta alma no puede descender
a los espacios del extravío, tampoco la insensibilidad
puede hacerse su dueña

Esta alma necesita evocar amaneceres de ternura,
pintar con palabras la alegría de sus días,
arrancar la ira del maltrato,
quebrantar el paso de la ceguera colectiva,
despertar a los sordos de afecto

Esta alma jamás olvida
que ella lleva consigo una cobija
de esperanza,
un saco de trigo y fe
para alimentar
con la mejor cosecha de humanidad y armonía
a los ávidos de amor.

martes, 16 de febrero de 2010

Boca de Luz

Por: Nicolás Guevara

Una sonrisa solidaria
una pisada fina en el aposento
un vestido colgado junto al pantalón
una uña rascándome el alma
una nariz profanando mi oreja izquierda
un ojo tuyo mordiéndome los pasos
un cuerpo paralelo junto al mío
un gesto cálido en mi tristeza
una boca amplia repleta de luz
eso espero de ti…
mujer.


(Tomado del libro: Las piernas de mi poesía. 1987)

viernes, 12 de febrero de 2010

Destiempo

Por: Argénida Romero

A resucitar mariposas
has vuelto
¿Las recuerdas?
Solían salir por mis poros
y colgarse en el segundero del reloj.
Uno, diez, treinta, sesenta.
Reiniciaban su juego, puntuales,
me ataban los cabellos a los ojos
confundían mis dedos con el vacío.
Pero crecí de repente
el día que las mataste
deshaciendo sus alas en el minuto sesenta
cuando te dio por quebrar su vuelo.
Y ahora
¿Cómo las hago regresar?
Ya no hay reloj.

(Tomado del libro: Mudanzas. 2009)

Argénida es periodista y poeta.
También presenta sus trabajos literarios en su blog: El Diario de la Rosa

martes, 9 de febrero de 2010

La danza

Por: Jean Suriel

AMO ESE ESPACIO que define tu trayecto hacia mí
y apenas recobro el aliento,
te haces cuerpo desnudo.

Amo la posibilidad de tenerte cerca, tan cerca
y amo cuando caminas suavemente,
cuando atribuyes a tu cuerpo el don de seducirme.

Amo el paso firme de tus pies de seda
cuando te encaminas sin fronteras
hacia lo que defines mi lecho.

Amo eso que haces con tus manos, con tu boca,
amo el ritmo que contiene tu cintura,
la danza de tu cuerpo.

Amo también cuando te vas
y fulminas el marco de la puerta con tu presencia;
no me dejas vacío, te quedas en mi cuerpo.

sábado, 6 de febrero de 2010

Confesión de una decepción

Por: Rafael Álvarez de los Santos

La década de los 80tas fue la época del boom de las vedettes; aquellas mujeres que solían presentarse en la televisión con muy pocas ropas, o ropas que sólo se usaban en la intimidad, acompañadas de unos movimientos pélvicos, lo más parecido a la realidad del erotismo, por no decir otra cosa.

Cuando las veía en la televisión no les miento que se me hacía la boca agua y me preguntaba hasta qué punto era cierto que estas mujeres bailaban semidesnuda. Se podrán imaginar lo que implicaba eso para un tipo de un campo de Cevicos que nunca había ido a una playa, no había visto una mujer en bikinis y que el único placer que conocía era el de mis manos.

Mis ojos se abrieron como dos bombillos cuando en el programa de las fiestas patronales de 1988 leí que se presentaría, en un club del pueblo, Francis Santini, una de las pocas vedettes que llamaba mi atención.
Froté mis manos y dejé viajar, por un momento, mi imaginación hasta donde el morbo alcanzara. Como era menor de edad sabía que no me dejarían entrar a la presentación de la felicidad de mis sueños y desde mucho antes comencé a maquinar el plan para colarme en la fiesta.

No podía salirme mejor todo; como en el club no había camerino la llevaron, para que se preparada, a casa de un amigo muy cercano que sabiendo mi interés me llamó de inmediato. No podía creer cuando me dijo “loco la tipa ta’en mi casa. Sal pacá pa’ presentártela”. Salí en bola’e humo y llegué a esa casa, que quedaba a una distancia de un kilómetro y medio, en cuestión de tres minutos.

De camino iba maquinando lo que le diría, pero también pensaba qué pasaría cuando la viera de cerca pues me imaginaba encontrarla como yo quería que estuviera.
Apenas llegué a la casa, incluso sudoroso, mi amigo me recibió en la puerta conduciéndome de inmediato a la habitación donde se encontraba la susodicha. Con la misma velocidad con que llegué a la casa, con esa misma velocidad comenzó mi primera, pero no única, decepción: la tipa estaba sentada en una cama con un traje blanco por cierto bastante largo.

Me presenté ante ella como el presidente de un fans club masculino que recién pude crear en el trayecto a la casa de mi amigo. La idea del fans club buscaba que me dejaran entrar gratis a la presentación. Precisamente ésta fue mi segunda decepción, porque cuando dije eso en la puerta, la respuesta de un tipo negro, alto y con la cabeza raspada por completo, fue la siguiente “Si no desapareces en dos segundos de mi vista el fans club lo vas a formar en la puerta del cielo”. Ante tal cortesía no me quedó otra alternativa que salir como el perro arrepentido.

No conforme con esto decidí buscar una manera de cómo entrar y en eso se acercó uno de los organizadores y me dijo “tíguere no te vayas que en el menor descuido te meto por la puerta de atrás”. Permanecí hasta mediado las 10:30 de la noche, hora en que casi se iniciaba el show y en la que el amigo pudo cumplir su promesa.

Ya en el lugar, observo que estaba abarrotado de un público mayormente masculino que, como yo, había ido haciendo un cocote fuerte. Llegó la hora, presentaron la artista y el sueño de verla como en la televisión me hizo mantenerme en el lugar a pesar de mi primera y mi segunda decepción. Al salir al escenario trajo consigo mi tercera decepción, pero en esta ocasión me sentí mejor porque hubo un consenso colectivo en cuanto a la misma sensación.

Ahí fue cuando me di cuenta que debajo del famoso traje de baño y poca ropa usaban unas medias color carne que no dejaban ver absolutamente nada. Les confieso que hubiese preferido verla con el traje blanco que tenía cuando la saludé. No faltaron quienes comenzaron a vociferar “pero y este engaño” “no quedamos que la tipa bailaba encuera”. En cuestión de 15 minutos el lugar estaba vacío. La actuación que estaba pautada para durar hora y media no pasó de 45 minutos. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en cada esquina del pueblo, en los parques, las oficinas…

Estábamos algunos amigos conversando sobre el fiasco cuando se acercó un miembro del comité pro-fiestas patronales a quien no tardamos en expresar nuestra queja. Su primera expresión, dirigiéndose a mí fue “yo no sé qué hacías tú en ese lugar siendo menor de edad” y refiriéndose a mis amigos sus palabras fueron “nosotros cumplimos con invitarla, desnudarla le correspondía a ustedes”.

Se pusieron la mano en la cabeza al momento que expresaban “Por qué no nos lo dijeron antessssss”.

lunes, 1 de febrero de 2010

El amor en los tiempos de los OCD, las depresiones y los GPS

Por: María Ovalles

-Hola.

-¿Clara?

-¿Quién es?

-¿Dónde estás?

(Ella con voz de asombro).

-¿José?

-Si, soy yo.

(Ella con voz quebrada)

-Ay, José.

-¿Dónde estás?

-No puedo decirte.

-¿Cómo que no puedes decirme?

-Créeme, no puedo decirte.

-Me estás asustando Clara. Además tus cosas han desaparecido, alguien se las ha robado.

-Nadie se las ha robado José.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque las tengo yo.

-Pero, ¿qué ha pasado?

-Que te abandoné, ¿qué más podía haber pasado?

-¿Por qué? ¿Qué hice?

-No has hecho nada. Soy yo. Debía irme. Ya no soportaba el miedo.

-¿El miedo a qué?

-A que me abandonaras.

-¿Te fuiste porque tenías miedo de que te abandonara?

-No sabes lo que es vivir con la incertidumbre de si volverías a casa, con la certeza de que un día despertaría y ya no estarías a mi lado.

-Clara, pero te has llevado todo. Te llevaste hasta el efectivo que tenía en la casa.

-Es que tenía que echarle gasolina al auto.

-¿Tenías que echarle 700 dólares de gasolina al auto?

-Es que me voy a México.

-¿A México?

-Si, a México.

-No entiendo nada.

-Es mejor así. No hay nada que entender. Perdona, no era mi intención hacerte daño... ¿Qué fue ese ruido mi amor?

-He derramado sin querer la taza de café, con la noticia que me acabas de dar hasta las fuerzas he perdido... Espera un momento, voy a buscar el mapo.

-No lo busques José, también me he traído el mapo.

-¿Te has llevado el mapo?

-Y también el Windex y el Clorox y las toallitas desinfectantes. ¿Con qué piensas que voy a limpiar los moteles donde voy a dormir mientras viajo a México? Ya sabes que no puedo dormir en ningún sitio que no haya limpiado yo.

-Pero Clara, ¿por qué no me dijiste que querías abandonarme? ¿Por qué irte así?

-Es que lo decidí esta mañana.

-¿Esta mañana?

(Ella empieza a llorar)

-No llores mi amor, junto le buscaremos una solución a todo esto.

-Ay José, José, tenía tanto miedo.

-¿Pero miedo de qué, mujer?

-Ya te lo he dicho, de que me abandonaras, de que te fueras con otra, de que me pusieras los cuernos, de todo José, tenía miedo de todo.

-¿Y por eso te has largado cargando hasta con el gato?

-¿Teníamos un gato?

-Es una forma de hablar mujer. Claro que no teníamos ningún gato. Pero escúchame, yo nunca he tenido intenciones de abandonarte.

(Ella con voz de asombro)

-¿No?

-No. Si hasta aparté en la tienda la televisión que tanto querías.

-¿En serio hiciste eso mi amor?

-Por ti eso y más. Pero no he podido traerla hoy a casa porque no encontré mi tarjeta de crédito. Creo que la olvidé en el banco.

-¿José?

-¿Si?

-La tengo yo.

-Dios, mujer, ¿también te llevaste mi tarjeta de crédito?

-Ya te dije que tenía miedo.

-¿Y qué tiene que ver el miedo con la tarjeta de crédito?

-Tenía miedo de quedarme sin dinero y verme en una situación difícil, ya sabes, de esas que ponen a una contra la espada y la pared.

-A ver, ¿cómo cuál?

-Como tener que llamar a mamá para pedirle dinero. Si eso pasara entonces también tendría que contarle todo y ella terminaría diciéndome que siempre me lo dijo.

-¿Que te dijo qué?

-Que tú me abandonarías, que eres un desconsiderado, que nunca supiste como tratarme. Y yo no aguantaría escuchar a mamá hablando mal de ti, se me partiría el alma si me viera en esa situación.

(El en tono irónico).

-Hummm, ya entiendo.

-Ay José, no pienses mal de mí. No sabes como sufro. No me eches la culpa por favor, sabes que siempre he vivido con el trauma del abandono de mi padre.

-No te estoy echando la culpa mi amor. Sólo te estoy pidiendo que regreses. Además no metas a tu pobre padre en esto. Hace apenas cinco años que se divorció de tu madre. Y tú ni siquiera vivías con ellos cuando eso pasó.

-Pero igual me dolió. ¿Qué, crees que soy una desarmada sin sentimientos a la que no le afectan los problemas de sus padres?

-No he dicho eso, mi amor. Vamos, regresa a casa, ya te dije que yo no tengo ninguna intención de abandonarte.

-Pero si regreso, ¿quién va a poner todas mis cosas en su lugar?

-Eso es lo de menos. Si no lo quieres hacer tú ya buscaremos a alguien que lo haga, no te preocupes mi amor.

-¿Y dejar que otra persona toque mis cosas? Jamás. ¿Ves? Esto no tiene solución. Creo que es mejor que siga mi viaje a México.

-¿Clara?

-¿Si?

-Te has olvidado el GPS.

(Ella llorando aún más fuerte)

-Ay José, ¿y ahora cómo llego a México?

-¿Por qué no regresas a casa y con calma hablamos sobre esto? ¿Si?

-Está bien. Pero ven a buscarme.

-No puedo.

-¿Cómo que no puedes?

-Es que se te olvidó que también te llevaste el auto?

-Upps. Ok. Pero antes de llegar a casa pasaré por el Dunkin', ya sabes que cuando me deprimo necesito algo dulce. ¿Te llevo algo mi amor?

-No, creo que por hoy ya he tenido suficiente.