miércoles, 29 de octubre de 2008

La mujer que salta de la valla

Por Nicolás Guevara

Esa mujer apareció un inesperado día, cuando más transeúntes se lanzaban al asfalto y vehículos destartalados ofertaban agresivamente su abandono. Yo la descubrí de repente, mientras me dirigía al Santo Domingo oriental. Estaba en lo alto de la cabeza del puente sobre el Ozama saltando de una impresionante valla con su biquini blanco, como si quisiera dejar el tradicional recurso publicitario, no para bañarse en las aguas de un río por demás contaminado, sino para involucrarse con sabe quién apresurado y anónimo admirador. Su cuerpo esbelto, de extraordinarias proporciones, no dejaba que las miradas se desperdiciaran en otra cosa.

En esta oportunidad, hasta yo, que reconozco el uso irresponsable y perverso que se hace en la sociedad con la figura femenina, no me pude resistir. Aunque debo decir que en mi caso esta publicidad resultó un rotundo fracaso, pues fue tan efectiva que no me percataba del producto que pretendían que consumiera. Confieso que transcurrieron casi dos meses para darme cuenta de que, efectivamente, se trataba de una promoción de una popular bebida alcohólica, razón por la que ella llevaba una botella de ron en su mano derecha, en la cual tampoco me había fijado.

Además, el día que descubrí que se trataba de la renovación de un viejo truco publicitario no sentí preocupación alguna, pues desde muy joven, me entrené en eso de leer minuciosamente la realidad y defenderme de los mecanismos de dominación ideológica, como el recurso de la mujer desnuda, que promociona los artículos más insólitos. Y en este caso, menos me debía preocupar, pues, desde la infancia mi ingesta ha estado condicionada por el paladar, rasgo hedonista del cual no reniego, hasta que la edad y la salud me lo permitan. Por tanto, nunca tomo ron, whisky, vodka o tequila, y ya es muy tarde para empezar.

La verdad es que no sólo a mí impactó esta publicidad, así me lo hizo saber un apreciado amigo, cuando en una conversación de esas de hombres me dijo que a veces se preguntaba, dejando volar su imaginación: ¿Hacia dónde va esa mujer con ese hermoso salto intentando escapar de la valla que le inmovilizaba? En verdad, se prestaba para múltiples preguntas y una sola respuesta.

Pero, lo cierto es que la presencia de esa mujer, veinticuatro horas al día en aquel lugar, era impactante, peligrosa, dijo una señora muy conocedora de la sensibilidad o mejor dicho, debilidad masculina. Al parecer tenía razón, porque en una ocasión la bajaron de la imponente valla para darle mantenimiento, y se sintió un gran vacío en el cielo, mientras el ambiente en el tránsito se tornó más agresivo en aquellos días. Luego, durante la temporada de ciclones, ocurrió la tragedia que algunos presentíamos y nos íbamos a lamentar para siempre, los fuertes vientos de una tormenta tropical la derribaron, sin contemplación. De inmediato se extendió el rumor de que al caer había matado a siete personas, cosa que evidentemente yo no ponía en duda, ya me había percatado de su cuerpo homicida.

Esa ocasión fue aprovechada por una empresa de la competencia, fabricante de bebidas espirituosas, para colocar en el extremo occidental del puente otra gigantesca valla, también con una mujer anunciando sus productos. Desde luego, que con menos éxito, pues a pesar del imponente tamaño de esta nueva estructura publicitaria sólo un agudo observador, como yo y algunos amigos filósofos de esquina, podía percatarse de que estaba allí opacamente, intentando sin éxito llamar la atención.

Ahora, mientras muchos se animan a recoger firmas para pedir que vuelvan a instalar a la mujer del biquini blanco con su hermoso salto de altura, otros, no menos conmovidos, permanecemos en silencio extrañando su peligrosa presencia en la vía pública.

sábado, 25 de octubre de 2008

CIELO

Por: Héctor Martínez D.


Cada día te recuerdo como promesa,
como esperanza,
y desde la fe, como certeza;
como historia continuada
con el cuerpo y el alma transparentada
y las pasiones ordenadas.

Te atisbo y te confieso
cual posibilidad innegable
como fuente de sentido
como razón de lo relativizable

Tú que eternidad eres
ensayando tránsitos
probando contingencias,
modelando lo humano
te aguarda como salida
y donada recompensa,
equiparando lo eterno
a la inconclusa síntesis
de esta vida pasajera.

Si irreverente no fuera
injusto, contradictorio y arbitrario de llamara
por la sádica mezquindad
que parece esta estadía por la tierra
matizada por la premura,
sacrificada por la espera.

Espera de Gloria y Quietud
de juventud eterna
de recompensa no ganada
de un pasaje sin vuelta.

Si pudiera también te acusara
por tu bondad naturalizada
que abrió sé y libertades,
y por hacer antídoto el perdón
motivando reencuentros,
pudiendo hacer de la vida
sólo eterna celebración.


Si auténtica bondad no fueras
estas mis quejas e injurias
de tu infernal ausencia mi condena hicieras.
Por ello fortalezco mi confianza
para acusarte,
buscarte,
darme
y exigirte,
hasta que esta mi limitada conciencia
explore sin orillas
Su eternidad plena.

domingo, 19 de octubre de 2008

QUIMERA

Por
Hector Martinez D.


Una mirada enternecida
Un rostro de vida resplandecido
Me irrumpieron aquella tarde
Fundiéndome en mis propios latidos.

Eras tú, hecha búsqueda sincera
Aparecida con el desinterés hecho inocencia
Con curiosidad revisando posibilidades y puertas
Mientras yo advertía sueños de pertenencias,
Soñándote mía al instante de tu inesperada vuelta.

Mis declaraciones se adelantaron en lo inexplícito,
Pues cada segundo me seguía confirmando tu espera
Asumiéndote en la total ausencia de lo fortuito
Abrasando la certeza de que ya tu sí que eras,
Pero también te hiciste otra de tantas experiencias.

Experiencia de todo y nada
De verdad sentida
Y mentira callada.
Experiencia de indignación irresuelta
De entrega ensayada
De traición insospechada.

Traición no intuida ni pensada.
Pero en tu ausencia advertida
Y en tu insensibilidad confirmada.

Hoy que no solo te descubro
Sino que en la levedad de tu ser te desconozco
Sufro el dolor que casi dormía
Agrietándome una vez más la vida.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tres veces por semana

Por María Ovalles

Una brisa fuerte le alborotó el pelo. Haciendo un pequeño ruido con la boca se ajustó el abrigo al cuerpo. Se abrazó a él y apresuraron el paso. La noche estaba cada vez más fría.

Levantó su cara hacia él. Vio su perfil. No era un hombre hermoso, pero su rostro transmitía fuerza y una extraña serenidad que a veces la hacía sentir un poco incómoda, aunque reconocía que le daba seguridad.

Hacia nueve años ya de su primer encuentro. Fue un atardecer de un jueves de junio, en una cafetería en la que él leía el periódico y tomaba café y en la que ella buscaba una mesa disponible para terminar de llenar un crucigrama que había empezado en el autobús del transporte público.

El le cedió una silla y le ayudó a terminar aquel juego de palabras. Así iniciaron un ritual que no abandonarían nunca, el de llenar juntos los crucigramas del periódico de los jueves. Esa también fue la primera de muchas cosas que ambos supieron que tenían en común.

En aquella primera conversación surgieron las demás: la bossa nova, las películas de Woody Allen, los libros de Cortázar y dormir hasta bien entrada la mañana. A medida que fueron pasando los años muchas otras cosas en común les ayudó a llevar el peso de los días.

No haber profesado nunca religión alguna les ayudó a ponerse de acuerdo en educar a su hijo en una escuela totalmente laica, preferir las cervezas antes que el vino les hacía más confortables las noches en que se escabullían en algun bar, las películas de dramas antes que las de acción y la comida asiática antes que ninguna otra les ahorró mucho tiempo frente a cines y centros comerciales.

Sin embargo, no todo había sido fácil junto a él, aunque tampoco había sido infeliz. Se apretó más a su cuerpo, y él, con su mano izquierda, acarició su pequeña cara, que a aquella hora ya no tenía rastros del maquillaje que con tanto esmero colocó en su rostro antes de salir de casa. El frió arreciaba.

Ella pasó los dedos por el anillo que llevaba en el anular izquierdo y volvió a levantar su cara hacia él. Se acordó del día en que nació el bebe. Su rostro estaba más duro que de costumbre. El negro de sus ojos, más intenso.

Sentía mucho dolor, pero aún así le preguntaba si él siempre estaría a su lado. Y como lo había dicho en la primera navidad que pasaron juntos, y en las vacaciones en Cancún, y en aquel viaje que los llevó por Roma, y en esas tardes en que a ella le asaltaba la inseguridad y le llamaba al trabajo sólo para oír su voz, él respondió:
“siempre estaremos juntos”.

La llegada del bebe alteró sus vidas. Ahora tenían que compartir el tiempo con esa personita que cada día se parecía más a ella y menos a él.

El empezó a trabajar más en casa y menos en la oficina. Así ganaba tiempo para estar con ellos. En compensación, ella dejó de fumar.

También había renunciado a otras cosas. Desde que lo conoció salía menos con sus amigos, visitaba poco la ciudad donde vivían sus padres. Él, a cambio, la apoyó en su carrera.

A esta altura del camino ya habían alcanzado la pequeña tienda de curiosidades donde adquirieron el viejo librero donde ella guardaba los libros y revistas que él le traía de sus viajes al exterior y el disco de pasta de Donna Summer que nunca escuchaban pero que ella contaba entre sus pertenencias de más valor.

Se detuvieron frente a la tienda de curiosidades y volvieron a reírse, como lo hicieron en la tarde, del pequeño payaso que trataba de hacer equilibrio sobre una bicicleta y con ambos manos alzaba sobre su cabeza una vieja sombrilla rota y lloraba con la cara “más llorona” que ella había visto.

Alcanzaron el salón de billar, pasaron delante del Café de Luis y dejaron atrás los cines, los moteles y los bares de una de las calles más sórdida de la ciudad.

Y como cada tres veces por semana, en la esquina del Bar de Lucas, el viejo dependiente del lugar, mientras recogía los vestigios de los últimos clientes, vio despedirse a una pareja que con un abrazo fugaz y una voz que era casi un susurro se decían “hasta pasado mañana” sin volver la vista atrás.

lunes, 13 de octubre de 2008

TRANSITO DE VENUS

Tránsito de Venus
Por Jean Suriel


TRANSITAS
por los espacios que invento
de la nada.
Pero transitas lentamente,
casi estática,
en cuadros fotográficos y fílmicos,
como Venus
y simulas el camino sideral,
opacando la luz con tu luz
y el sol simplemente se ennoblece.
Eres la belleza escondida en lo sublime,
en lo que trasciende y ahonda en el alma,
en lo que esclaviza y libera al unísono
el deseo de la morada sensitiva.
Eres por tu aliento de eternidad en la presencia,
eres por tu toque de ternura en los gestos,
eres por tu sutil correalidad con el infinito
y porque habitas en las dimensiones y moléculas
del Cosmos.
No eres porque superas lo inmóvil y rígido del mármol,
no eres porque das matices a las cosas incoloras,
no eres porque transitas en las direcciones del pensamiento
y porque agregas sentido a la acción de mirar, de sentir, de palpar.
Cuando transitas detienes el fondo y la forma
y te pareces al dulce susurro del Universo
en su camino inconcluso, en años luz,
por nebulosas grises
y das continuidad al movimiento que no acaba.
Te busco divagando en el mito articulado,
te busco y te encuentro entre las diosas del Olimpo.
Me doy a la fuga en el estudio de la efigie
como faro que devora la noche y la penumbra,
como vigía que avizora infatigable su único objetivo.
Brotaste, transitando, de la espuma de mis dedos,
así en cada aguja del reloj en fuga
tras el tiempo que huye en cada punto en la arena.
Acudo presuroso a contemplarte
a la orilla del infinito, al borde de los cipreses,
al vasto caudal de lo Absoluto.
Acudo a descubrirte
en el eros cincelado y taciturno de la imagen.
Pero eres más que imagen
porque prevaleces, sempiterna, a la mitología,
a la escultura, al dato astronómico.
Alcanzas la dialéctica y la fluidez de lo perpetuo
con tan sólo una inclinación en tu pedestal nacarado
y renuevas los contratos de lo indecible en el acto.
Fuiste, eres, serás
la Venus que estremece los cimientos de las olas
y, en tu tránsito, retornas
al soplo de nacer entre la concha de mis manos.

lunes, 6 de octubre de 2008

La Alegria de Vivir

LA ALEGRIA DE VIVIR
Por Jacinto Sención M.
Un nuevo amanecer comienza, alumbrado con el cálido sol de la esperanza, que con alegría le da la bienvenida el pueblo humilde, que día a día no dejan de pensar en que sus vidas encontrarían un destino mejor. Un nuevo día donde las penas y las desesperanzan serían cambiadas por la creciente sonrisa de la felicidad. Son muchos los rostros que se pronuncian con miradas tiernas del porvenir, donde todos compartirán una herencia que por nacer la habían ganado, una vida en libertad.

La libertad es el motor inmóvil de la felicidad, que a diario debemos sentirla y vivirla a plenitud. La alegría de vivir en libertad, una libertad sumergida en el nublado mundo de la imaginación, que hace de la vida un carnaval de pasiones, donde los cuerpos desnudos de perjurios, se muestras entrelazados y sumergidos en el acho mar de la solidaridad. Ya no existe un yo, sino un nosotros, sembradores de esperanza para un cercano mundo que sintiendo la alegría de vivir, grita a todo pulmón, libertad, justicia e igualdad.

Que bien se siente un pueblo, donde sus hijos son los artífices de la restauración de la paz, de la justicia y la libertad, done sus hijos son constructores de una nueve sociedad ahogada en valores que interactúan y se encaminan hacia la transformación de la nueva humanidad. Que alegría nos da el sentirnos libre para la acción, de sembrar esperanza en el desierto de la desesperación. Que alegría nos da ver a nuestras gentes sentirse seguras de sí misma y satisfecho de lo que pudo hacer en la construcción del nuevo amanecer.

Ya no siento preocupación de lo que será del mañana, ni de lo que fue del ayer, pero si siento el día a día que me interpela desde lo que hago y desde lo que soy. Sin embargo no somos ni seremos al margen de lo que hacemos, ya que lo que podemos hacer esta marcado por la esencia de nuestro ser. Eso somos, gentes comprometidas con la realidad presente, que con alegría y entusiasmo la convertimos en la sólida esperanza para los demás.

En mi alma siento la alegría de poder vivir en un mundo que me invita a la realización de cuantos sueños hay en mí. Siento la alegría de ser parte de un presente alentador, donde la exclusión se fue al olvido y la razón cobra sentido desplazando los perjuicios de quienes ignoran la libertad en la igualdad de los que somos, de nuestra esencia que por nacer ya estaba en todos.

Soy feliz por que la vida es algo más de lo que soy, más de lo que siento, es sentimiento, es la razón de vivir, que quiere hacer de todos un mundo de la imaginación realizada en el cercano sendero de la responsabilidad que todos tenemos para la construcción de una nueva sociedad y sobre todo, un mundo mejor para todos.